domingo, 22 de enero de 2012

La estética como ideología. II.


El segundo capítulo de la obra de Eagleton está dedicada, principalmente, a Shaftesbury, Hume y Burke. Y no me refiero a personajes de Perdidos.

La tendencia del empirismo británico, por oposición al racionalismo alemán, es inductiva (analiza lo particular para extraer leyes generales). Con la moralidad hay una tendencia subjetivista:
Nuestro sentido moral, sostiene el conde de Saftesbury, consiste en una 'antipatía o aversión real hacia la injusticia o el error, y en un afecto real o amor hacia la igualdad y el derecho por sí mismos y en razón de su belleza y dignidad natural'. Para Shaftesbury, los objetos del juicio moral son tan inmediatamente atractivos o repulsivos como los del gusto estético (89).


Esto no significa, por otro lado, que crea en un hedonismo radical (todo lo que me da placer es bueno) sino que mantiene, como Hegel, que la moral ha de ser educada. Pero se sigue manteniendo una unión platónica entre lo bello, lo bueno y lo verdadero. Esto lleva a una unión con lo político: lo estético es la armonía social. Esto supone cierto peligro, ya que se está basando la legalidad, la política, la vida común en una percepción, algo intuitivo, pre-racional. Esto es lo que Richard Price ataca: la extrema subjetivación de los valores.

Aquí es donde se introduce la figura de Hume, quien "pone entre paréntesis la 'moral y la crítica', afirmando que la moralidad 'no consiste en ninguna cuestión de hecho, que pueda ser descubierta por el entendimiento" (102). Se reduce, pues la moral, a la costumbre y la imaginación, sin dejar de considerar que sea "la gran guía de la vida humana" (103). Tensa más la cuerda y cuestiona la fiabilidad de la propia filosofía, producto también de la imaginación, con lo que finalmente estamos condenados a la falta de conocimiento o a un conocimiento mendaz. Así, pues, incluso los principios básicos de la burguesía son ficticios, no son más que el resultado de sentimientos.
David Hume intentando conquistarte.

Burke considera como Hume que "lo que une a la sociedad es el fenómeno estético de la mímesis, algo que es más una cuestión de costumbre que de ley" (111). Es decir, valora de forma considerable la imitación, pero la construcción y el mantenimiento de un estado no puede, obviamente, basarse unicamente en esto, ya que "las mismas condiciones que garantizan el orden social  también lo paralizan" (112), por lo que es necesario otro tipo de mecanismo de orden (y aquí hacemos un viraje lacaniano) viril, fálico representada por "lo sublime". Se tiende una relación entonces de la siguiente forma:

Bello--> Es dominable--> Amor --> Aparato estatal ideológico--> Mujer
Sublime--> Es dominante--> Respeto --> Aparato estatal represivo--> Hombre

Aquí se presenta un oxímoron porque


La paradoja política está a la vista: sólo el amor nos ganará verdaderamente para la causa de la ley, pero ese amor disolverá la ley hasta reducirla a escombros. Una ley lo suficientemente atractiva como para comprometer nuestros afectos más íntimos, y tan hegemónicamente efectiva, tenderá a inspirarnos un mitigado desprecio. Paralelamente, un poder que despierta nuestro miedo filial y, en consecuencia, nuestra obediencia sumisa, es capaz de extrañarnos de nuestros afectos y aguijonearnos hasta toparnos con el complejo de Edipo. (114)

La religión y el trabajo, prosigue Burke, aportarán el contenido sublime-masoquista.
Una desestetización de la sociedad plantearía, por otro lado, graves problemas, como observa -recelosamente- en la Revolución Francesa, ya que produciría una "desfemenización" del poder, lo cual lo convertiría en un elemento meramente autoritario, terrible.

A partir del pensamiento empirista de Shafestbury, Hume y Burke se analiza someramente el impacto que ha tenido este tipo de pensamiento estético principalmente en su relación con la política conservadora, en detrimento de un posible carácter emancipatorio que pudiera tener un pensamiento sensista. A pesar de esto, son el anti-esteticismo y el sentimentalismo los que finalmente se harán hegemónicos, apoyados por el peso de la burguesía, racionalista.


Dar una respuesta estetizante a los orígenes problemáticos del valor significa en esa medida enraizar el valor en las sutilezas del cuerpo afectivo. Otra posible estrategia estetizante, radicalmente diferente, es fundamentar el valor no en la sensibilidad, sino en sí mismo [...]. Éste, en efecto, es el punto de vista de la segunda Crítica de Kant, según el cual la ley moral es plenamente autónoma. Uno ha de ser bueno no porque sea placentero o práctico, sino porque es moral serlo, en el sentido en el que la razón tiene un interés en su propia función práctica (124)
Este movimiento, paradójicamente, es el que propicia el surgimiento de la ética y de la obra de arte como valores propios precisamente por ser desposeídas de su utilidad. Gana también carácter político porque "desde el punto de vista de esta doctrina romántica, una obra de arte tiene más implicaciones políticas justo donde es más gloriosamente inútil" (125)

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