miércoles, 30 de marzo de 2011

Digging

He aquí mi traducción del poema "Digging", de Seamus Heaney, perteneciente a su primer libro Death of a naturalist.


Cavando

Entre mi dedo y mi pulgar
el grueso bolígrafo descansa, sujeto como un arma.

Bajo mi ventana, un limpio y áspero sonido
cuando se hunde la pala en el suelo de grava:
Mi padre cavando. Miro hacia abajo

hasta que sus tensas piernas se doblan
entre el parterre; veinte años vuelven
encorvándose rítmicamente entre los surcos de patatas
donde estaba cavando.

La bota gruesa se acurrucaba en la agarradera, el mango
hacia el interior de la rodilla era firmemente levantado.
Él desarraigaba los altos tallos, profundamente enterraba las brillantes aristas
para esparcir nuevas patatas que cogíamos,
amando su fresca dureza en nuestras manos.

Por Dios que el viejo podía manejar una pala.
Como su viejo.

Mi abuelo cortaba más turba en un día
que cualquier otro hombre en el pantano de Toner.
Una vez le llevé una botella de leche.
La tapé descuidadamente con papel. Se enderezó
para beberla y luego cayó
hendiendo y rebanando cuidadosamente, levantando la turba
sobre su hombro, buscando más y más abajo
la buena turba. Cavando.

El frío olor del moho de la patata, el chapoteo y el golpe
de la mojada turba, los bruscos cortes de la arista
a través de vivas raíces despiertan en mi mente.
Pero no tengo una pala para seguir a hombres como aquellos.

Entre mi dedo y mi pulgar
el grueso bolígrafo descansa.
Cavaré con él.

jueves, 24 de marzo de 2011

La culpa es de Bernhard


"Me sumí en Verlaine y Trakl, y leí Los Demonios de Dostoievsky, no había leído antes en mi vida un libro de aquella insaciabilidad y radicalismo ni, en general, un libro tan grueso, y me aturdí, durante algún tiempo me disolví en aquellos demonios.Cuando volví otra vez, no quise leer otra cosa en algún tiempo, porque estaba seguro de caer en una inmensa decepción, en un espantoso abismo. Rehusé durante semanas toda lectura. La monstruosidades los Demonios me había dado fuerzas, mostrado un camino, dicho que estaba en el verdadero camino, hacia afuera. Había sido afectado por una obra literaria salvaje y grande, para salir de ella yo mismo como héroe. No ha sido frecuente en mi vida ulterior que la literatura tuviera un efecto tan monstruoso. Intenté, en hojitas que me había comprado en el pueblo, conservar por escritodeterminadas fechas que me parecían importantes, puntos decisivos de mi existencia, temía que lo que ahora era tan preciso pudiera hacerse borroso y perderse de pronto, que de pronto no estuviera ya allí,no tener ya fuerzas para salvar los acontecimientos, monstruosidades, ridiculeces, etcétera, decisivos de las tinieblas del olvido, intenté salvar en aquellas hojas lo que había que salvar, sin excepción todo lo que me parecía digno de ser salvado, aquí tenía mi forma de actuar, mi propia infamia, mi propia brutalidad, mi propio gusto, que no tenían nada en común con la forma de actuar y con la infamia y brutalidad y con el gusto de los otros. ¿Qué es importante? ¿Qué es significativo? Creía que tenía que salvarlo todo del olvido, sacándolo de mi cerebro y llevándolo a las hojas, que en definitiva fueron cientos de hojas, porque no tenía confianza en mi cerebro, había perdido la confianza en mi cerebro,había perdido la confianza en todo, y por consiguiente también la confianza en mi cerebro. Mi pudor para escribir poemas era mayor de lo que había pensado, de forma que prescindí de escribir un solo poema. Intenté leer los libros de mi abuelo, pero fracasé, entretanto había vivido demasiado, había visto demasiado, y los aparté. Tenía en los Demonios lo que me correspondía. Busqué en la biblioteca del establecimiento otros monstruos, pero no había otros. Resulta superfluo enumerar los nombres de aquellos cuyos libros abrí y volví a cerrar en seguida, porque tenían que repelerme con su mezquindad y su indignidad. La literatura, salvo los Demonios, no me decía nada, pero, pensé, seguro que hay otros Demonios. Esos, sin embargo, no debía buscarlos en la biblioteca del establecimiento, que estaba repleta de mal gusto y estupidez, de catolicismo y nacionalsocialismo. Sin embargo, ¿cómo podía encontrar otros Demonios? No tenía otra posibilidad que dejar Grafenhof tan pronto como fuera posible y, en libertad, buscar mis Demonios. Ahora tenía otro nuevo estímulo para salir."

El frío, Thomas Bernhard.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Obsesiones recurrentes

A pocos extrañará que hable de Bolaño. Hoy concluí Los sinsabores del verdadero policía y tengo varias cosas que decir al respecto:

1) No es una novela. Por más que así traten de venderla, no lo es. Es un conjunto de textos más o menos relacionados, compilados en un mismo libro. Por más que la hayan encontrado toda junta, en una carpeta (más bien en varias, mecanografiadas y escritas a mano) afirmar que esto es una novela es arriesgado, aun más teniendo en cuenta el carácter inconcluso del libro. Leyéndolo notamos que, en primer lugar, el autor habría hecho una corrección tal vez más fina que el resultado final. En segundo lugar, muchos de los capítulos se cierran sin continuación, abruptamente, y no parecen afirmar la poética de la inconclusión que Bolaño ya habría practicado en novelas como Los detectives salvajes o 2666 o en el genial relato "Últimos atardeceres en la tierra", sino que son textos por formar, por culminar, digamos. Y así hay que leerlo, igual que El secreto del mal, lleno de fragmentos, de relatos inacabados, como un acto de voyeurismo literario en el que no podremos acceder a la experiencia completa del texto sencillamente porque el autor no lo había preparado todo para que así fuera.
Pongamos por ejemplo a una stripper: la ves trabajando y observas un gran despliegue, pura sensualidad, miradas fijas, ropa volando... lo que quieras, lo que esperas. Pero si la observas a través de una mirilla mientras prepara un número, verás que no siempre culmina todos los movimientos, que hay algunos que aun no controla, que tal vez suprima. Es posible que esté pensando en ese momento en incluir algún giro o salto espectacular, pero no lo hace. No es consciente de que está siendo observada, lo que está haciendo es una preparación para un producto final. Así sucede también con este libro, en el que se ven ensayos, movimientos conocidos, algunas ideas nuevas, pero hemos de saber que no es la actuación final. No lleva las bragas nuevas, no espera salir en ese momento al escenario. Pero así ha salido.


2) El libro puede funcionar como una caja de nexos: Es, en cierto sentido, una génesis de "La parte de Amalfitano", segunda parte de 2666. El personaje central es Amalfitano, y salen su hija Rosa, su mujer Edith Lieberman (en algunos poemas o libros Edna Lieberman o Lola Paniagua), pero también personajes de "La parte de los crímenes" como Pancho Monje (alter ego de Lalo Cura), Pedro Negrete, el clan de las María Expósito y muy lateralmente, para el lector avezado, Fate. Hay un germen, también, de "La parte de los crímenes" con un par de asesinatos narrados (ampliados infinitamente en 2666, haciendo patente el horror)

Asimismo se repiten los lugares re-creados por Bolaño: Barcelona, Santa Teresa y Villaviciosa. Encontramos referencias lejanas al poema y posterior relato de "El gusano" y capítulos ya utilizados (o reutilizados) en Los detectives, como el fragmento en el que se habla sobre el poema de Rimbaud "mon triste coeur bave a la poupe", Le coeur voilé, creo. ¿Será el narrador de esta novela, también, Arturo Belano, quien a la pregunta de qué haría después de encontrar a Cesarea Tinajero, respondía que tal vez se quedaría en Sonora o cruzaría a Estados Unidos?

3) Los sinsabores del verdadero policía no es solo esto: El personaje de Amalfitano crece -o tal vez crezca su historia. Aquí se habla de su homosexualidad, del por qué de su estadía en Santa Teresa (aunque haya alguna incoherencia sobre su llegada al darse dos versiones diferentes), se habla de su relación con un poeta homosexual y sidoso, Padilla, quien culmina su novela El dios de los homosexuales. Hay páginas magníficas, desde luego, y una lectura más atenta permitirá tender más cables entre la parte más querida de Bolaño, que es la que gira alrededor de Belano y Sonora, ejes amplísimos que articulan el centro de una narrativa incomparable.

Por último, una pequeña reflexión recuperada de 2666:


El farmacéutico le contestó, sin volverse, que le gustaban los libros del tipo de La metamorfosis, Bartleby, Un corazón simple, Un cuento de Navidad. Y luego le dijo que estaba leyendo Desayuno en Tiffanys, de Capote. Dejando de lado que Un corazón simple y Un cuento de Navidad eran, como el nombre de este último indicaba, cuentos y no libros, resultaba revelador el gusto de este joven farmacéutico ilustrado, que tal vez en otra vida fue Trakl o que tal vez en ésta aún le estaba deparado escribir poemas tan desesperados como su lejano colega austriaco, que prefería claramente, sin discusión, la obra menor a la obra mayor. Escogía La metamorfosis en lugar de El proceso, escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.

martes, 8 de marzo de 2011

Pelirrojas

El género autobiográfico no me resultó nunca el más atractivo, no fue el que me ha quitado innúmeras horas de sueño, sino más bien fue el que más me ha repelido por parecerme un ajuste de cuentas con los contemporáneos, una auto-hagiografía, un he-sido-tan-güay-todos-me-quieren-tanto que cuando vi que la tercera parte de las memorias de Ellroy había sido publicada me llevé una pequeña alegría a casa. La figura de Ellroy es interesante: además de haber escrito varias novelas de las cuales han surgido películas como L.A. Confidential o La dalia negra, Ellroy es famoso por su personalidad apabullante. Es incapaz de pasar desapercibido, sus entrevistas son siempre generadoras de polémica, de controversia, de ira. Es un misógino y derechista, católico sui generis. Tremendamente fiero y arrogante, se sitúa a sí mismo por encima de cualquiera de sus contemporáneos ignorándolos totalmente (afirma que en la estantería de su casa solo están los libros que él escribió). Suele compararse a Beethoven, de quien extrae la cita de inicial de A la caza de la mujer:


Agarraré al destino por el cuello.
Pero si leemos bien nos daremos cuenta de que él vive sujeto del cuello por la mano de su pasado: la muerte trágica de su madre a quien trata de encontrar en todas las mujeres que pasan por su vida y que son atraídas por ese torbellino de personalidad megalómana, excesiva e intensa que tiende a refugiarse en la oscuridad mientras no está persiguiendo a otras mujeres a la busca de Ella o montando shows en las presentaciones de sus libros. 
Ella: Jean Hilliker, su madre. Alta, pelirroja, dominante. Ya había abandonado al padre de James y le preguntó al pequeño con quién quería vivir. James no dudó: con el padre. El golpe de Jean provocó que el niño se golpeara la cabeza y sangrara. Provocó que él le deseara la muerte. Provocó que él se sintiera culpable de la muerte nunca resuelta de su madre. Provocó que intentara redimirse, desde ese momento, en cada mujer que eligiese -sistemáticamente altas y pelirrojas, sistemáticamente devoradas por su intensidad-.

James Ellroy se revela asimismo como un sujeto que, a pesar de aparentar ser un mujeriego, es más que eso: es un ser atormentado por una inestabilidad emocional y una sexualidad también excesiva que lo llevó a colarse en las casas de las mujeres para oler su ropa interior o a masturbarse casi hasta la agonía. A irse de putas, a amar poderosa y patológicamente. A resultar irritante y patético, genial y odioso. Siempre intenso. Y tal vez intensidad sea el sustantivo que domine el tono narrativo, siempre fuerte y a veces casi místico, de A la caza de la mujer.
Aquellas mujeres no habrían podido leerme el corazón. Mi corazón las habría horrorizado.
Esta intesidad es, pues, realmente, de agradecer. Desde luego que el personaje es un completo imbécil, pero por lo menos parece ser un imbécil sincero, complejo y mucho más interesante de lo que cabía esperar. Y esta autobiografía debería ser enseñada en las universidades: así es como se construye uno.

Aquí, por cierto, una entrevista con Ellroy para The Barcelona Review.

jueves, 3 de marzo de 2011

Seamus Heaney

Hacía tiempo que no hablaba nada de inglés así que, aprovechando que los vasos ocupados estaban llenos y los desocupados que poner a lavar eran pocos, me puse a hablar con los dos viejos que bebían vino en el extremo de la barra. Los había atendido bien, todo había sido de su agrado, y sabía que tendría la posibilidad de, por lo menos, una conversación tranquila y cordial para probarme si todavía era capaz de arreglármelas en un idioma que cada vez leo más y hablo menos . A esa gente, jubilados con buenas pensiones y alguna propiedad que les genera rentas, en esa época de su vida y en vacaciones todo suele parecerle bien, estupendo, y rezuman una tranquilidad que aquellos que viven -o vivimos- constreñidos por los relojes (digitales, analógicos, de pared, públicos, metafísicos...) no tenemos pero que en lo más profundo de nuestros seres necesitamos. Comencé preguntándoles de dónde eran. Irlandeses. Ireland. Lo repitieron twice, por si acaso los confundía con ingleses, un error que nadie debería cometer ni con los irlandeses ni con los escoceses. (Fuck Wales.) No nos dijimos nuestros nombres, tampoco era necesario siquiera para la cordialidad, simplemente comenzamos a hablar de naderías, hasta que por hacerles un guiño patriótico les comenté que estaba leyendo a Yeats. Are you? Not really, lo había abandonado, pero eso lo obvié como parte de la compleja estrategia social. Ella era profesora de literatura allí, Ella enseñaba Yeats. Hablamos de Banville, de Richard Ellmann, de Joyce. Fue graciosa la cara que pusieron cuando juré que algún día leería entero el Ulysses, como si me preguntaran por qué me gusta el masoquismo, qué motivos tenía para hacer algo así, a lo que obviamente no podía responder más que con una visaje que pretendía reproducir frases hechas y tan vacías de sentido como "así es la vida" o el famoso "qué le vamos a hacer". Espero que en mi gesto haya quedado claro esto, pero no podría asegurarlo.

He de admitir que hubo mucho de especulación literaria: he leído parcialmente a Yeats y a Joyce. Beckett, Wilde, Banville, Tóibím, son todavía autores pendientes. Todo esto es vergonzoso.
 Me hablaron algo acerca de Seamus Heaney (aprox. Shéimas Hénei) y de Patrick Kavanagh. Dijeron ambos que ambos me gustarían. Creo que tenían razón.

Investigando un poco, descubro que este autor (Heaney, sobre Kavanagh todavía no he investigado), ganador de premios reconocedores o por lo menos acaparadores de focos, ganó los premios T.S. Eliot y el Nobel en 1995. Y de su poesía a penas hay un par de traducciones. ¿Qué escribe Seamus Heaney? ¿Y por qué conocemos tantos nombres de autores inútiles y a penas suena Seamus Heaney? ¡Si no hay en España otro poeta con su cabellera!


Seamus Heaney después de utilizar la secadora de pelo.





Conduciendo de noche

Los olores cotidianos eran nuevos
en el viaje nocturno a través de Francia:
lluvia y heno y bosques en el aire
creaban cálidas corrientes de aire en el coche abierto.

Los postes blanqueaban sin cesar.
Montreuil, Abbeville, Beauvais
se prometían, prometían, llegaban y se iban,
garantizando cada lugar el cumplimiento de su nombre.

Una tardía trilladora gruñía por el sendero
sangrando semillas a través de su luz.
Un incendio forestal se extinguía.
Uno a uno cerraban los pequeños cafés.

Pensé en ti de forma continua
unas mil millas al sur donde Italia
apoya su lomo en Francia en la esfera oscurecida.
Tu cotidianeidad se renovó allí.

De "Puerta a la oscuridad" 1969
Versión de Vicente Forés y Jenaro Talens


Night Drive

The smell of ordinariness
Were new on the night drive through France:
Rain and hay and woods on the air
Made warm draughts in the open car.

Signposts whitened relentlessly.
Montreuil, Abbeville, Beauvais
Were promised, promised, came and went,
Each place granting its name’s fulfilment.

A combine groaning its way late
Bled seeds across its work-light.
A forest fire smoldered out.
One by one small cafés shut.

I thought of you continuously
A thousand miles south where Italy
Laid its loin to France on the darkened sphere.
Your ordinariness was renewed there.