martes, 8 de marzo de 2011

Pelirrojas

El género autobiográfico no me resultó nunca el más atractivo, no fue el que me ha quitado innúmeras horas de sueño, sino más bien fue el que más me ha repelido por parecerme un ajuste de cuentas con los contemporáneos, una auto-hagiografía, un he-sido-tan-güay-todos-me-quieren-tanto que cuando vi que la tercera parte de las memorias de Ellroy había sido publicada me llevé una pequeña alegría a casa. La figura de Ellroy es interesante: además de haber escrito varias novelas de las cuales han surgido películas como L.A. Confidential o La dalia negra, Ellroy es famoso por su personalidad apabullante. Es incapaz de pasar desapercibido, sus entrevistas son siempre generadoras de polémica, de controversia, de ira. Es un misógino y derechista, católico sui generis. Tremendamente fiero y arrogante, se sitúa a sí mismo por encima de cualquiera de sus contemporáneos ignorándolos totalmente (afirma que en la estantería de su casa solo están los libros que él escribió). Suele compararse a Beethoven, de quien extrae la cita de inicial de A la caza de la mujer:


Agarraré al destino por el cuello.
Pero si leemos bien nos daremos cuenta de que él vive sujeto del cuello por la mano de su pasado: la muerte trágica de su madre a quien trata de encontrar en todas las mujeres que pasan por su vida y que son atraídas por ese torbellino de personalidad megalómana, excesiva e intensa que tiende a refugiarse en la oscuridad mientras no está persiguiendo a otras mujeres a la busca de Ella o montando shows en las presentaciones de sus libros. 
Ella: Jean Hilliker, su madre. Alta, pelirroja, dominante. Ya había abandonado al padre de James y le preguntó al pequeño con quién quería vivir. James no dudó: con el padre. El golpe de Jean provocó que el niño se golpeara la cabeza y sangrara. Provocó que él le deseara la muerte. Provocó que él se sintiera culpable de la muerte nunca resuelta de su madre. Provocó que intentara redimirse, desde ese momento, en cada mujer que eligiese -sistemáticamente altas y pelirrojas, sistemáticamente devoradas por su intensidad-.

James Ellroy se revela asimismo como un sujeto que, a pesar de aparentar ser un mujeriego, es más que eso: es un ser atormentado por una inestabilidad emocional y una sexualidad también excesiva que lo llevó a colarse en las casas de las mujeres para oler su ropa interior o a masturbarse casi hasta la agonía. A irse de putas, a amar poderosa y patológicamente. A resultar irritante y patético, genial y odioso. Siempre intenso. Y tal vez intensidad sea el sustantivo que domine el tono narrativo, siempre fuerte y a veces casi místico, de A la caza de la mujer.
Aquellas mujeres no habrían podido leerme el corazón. Mi corazón las habría horrorizado.
Esta intesidad es, pues, realmente, de agradecer. Desde luego que el personaje es un completo imbécil, pero por lo menos parece ser un imbécil sincero, complejo y mucho más interesante de lo que cabía esperar. Y esta autobiografía debería ser enseñada en las universidades: así es como se construye uno.

Aquí, por cierto, una entrevista con Ellroy para The Barcelona Review.

No hay comentarios.: