Bien, intentaré no pensar en su premio, intentaré no pensar que la leí porque le dieron el premio y,como a la mayoría, su nombre no me sonaba, intentaré no pensar que el segundo texto lo leyó en la entrega del premio. Intentaré no pensar, aunque es bastante molesto.
sábado, 12 de diciembre de 2009
La Moda
domingo, 29 de noviembre de 2009
La Novela Luminosa
martes, 10 de noviembre de 2009
jueves, 1 de octubre de 2009
El contorno del ojo, Roberto Bolaño
Texto inédito de Roberto Bolaño extraído de 60 Watts.
EL CONTORNO DEL OJO
Diario del oficial chino Chen Huo Deng, 1980.
Por Roberto BolañoJueves. Una curiosa criatura parecida a una vaca gigante pero que posee un pico de pato. Las palabras del periódico se ordenaron como un acertijo infantil dentro de mi cabeza. Me levanté a las cinco de la mañana. Después de lavarme descorrí la cortina: al fondo, en las escarpadas, muy lejos de la aldea, unas fogatas me recordaron los campamentos militares de mi adolescencia. Eran los carboneros. Más allá, hacia el oeste, entre bosques y campos de cultivo, el tendido ferroviario y un tren iluminado a medias que se perdía en la noche. Martes. El comisario político de la aldea vino a visitarme. Eran las siete de la mañana y la puerta estaba abierta. Debió deducir que me hallaba despierto y entró. El hombre quedó sorprendido de encontrarme sentado en el suelo, de cara a la pared, sin ninguna prenda de vestir encima. Al volverme hacia él se puso a parpadear y musitó que lo sentía. Le dije que no importaba. Mi rostro recién afeitado contrastaba con su cara soñolienta. Luego dijo: buenos días camarada Chen, y se marchó. Me quedé un instante escuchando sus apresurados pasos sobre el camino. Jueves. Por la mañana estuvo conmigo el médico. Me preguntó cómo me sentía. Le dije que escribía un diario. Dijo que hacía años que había leído mis diarios de juventud. Le dije que el diario que ahora llevaba no era para la imprenta. He escrito muchos diarios, le dije, la mayoría fruto del cansancio, muletas para mi creación literaria. Dijo que comprendía que los poetas escribiéramos mil palabras para librar una. Le dije que en mi diario actual se libraba algo más y se rió sin comprender. Viernes. Hoy ha habido ajetreo en la aldea. Por la tarde un grupo de hombres y mujeres salió hacia el bosque que colinda con la Granja; el resto del pueblo se reunió en la biblioteca y partieron después en dirección a las escarpadas. Temí que fuera el único habitante que quedara en la aldea. Me vi a mí mismo, solo en la casa y luego vi la casa confundida entre las otras casas vacías. En la perspectiva había algo que iba mal. Salí al jardín a fumarme un cigarrillo y a pensar; en la casa de enfrente se abrió una ventana y una anciana a quien nunca antes había visto me sonrió. Permanecí allí bastante rato; observé que las plantas crecían con inusitado vigor; al final del camino un perro jugaba solo. Entrada la noche comenzaron a regresar los aldeanos. Casi nadie hablaba, a excepción de los niños que parecían alegres y excitados. Jueves. Por el camino principal de la aldea vi venir al comisario político acompañado de tres niños. Los niños conversaban entre ellos y de vez en cuando le dirigían la palabra al comisario. Pensé que iban a la Granja. Camarada Chen, sonrió el comisario al llegar a la casa, pero sin entrar, estos alumnos tienen que escribir una composición sobre tus libros, explicó: sé amable con ellos.
Camarada, dijo uno de los niños, nuestro trabajo de literatura de este mes versará sobre ti. Les dije que me halagaban, cuidándome mucho de preguntarles si había sido idea de ellos o de la maestra. Parecían unos niños muy serios. El comisario se marchó enseguida. Mientras mis huéspedes se acomodaban en el cuarto me asomé a la ventana y lo vi alejarse por el camino del pantano, la cabeza inclinada como si tuviera sobre sí un gran problema. El gris del cielo parecía enfermizo, veteado de blanco, con fosforescencias apagadas en la línea del horizonte.
Martes. Una curiosa criatura parecida a una vaca gigante pero que posee un pico de pato ha sido vista repetidas veces desde el mes de agosto en un lago volcánico cerca de la frontera con Corea. Algunos trabajadores temporeros la han podido observar a 40 metros de donde se hallaba, aunque no se sabe si es una especie acuática o anfibia, cómo vive ni por qué este raro ser no ha sido visto antes del citado mes. Miércoles. Vino a visitarme la maestra. Es una muchacha de unos 20 años. Parece frágil, pero sus ojos son fuertes y mira de una manera decidida. Hablamos poco. Los niños, la escuela, la biblioteca. Dijo que era un honor para ellos que yo viviera una temporada aquí. Le dije que estaba en la aldea por prescripción médica y luego añadí que había sufrido un trastorno nervioso considerable, que había estado internado un mes en el Hospital Militar de Nanning y que finalmente los médicos y mis superiores habían llegado a la conclusión que lo mejor para mi salud era pasar un par de meses en el campo, sin hacer nada. Dijo que ya lo sabía y que confiaba que me recuperara pronto. Luego propuso dar un paseo. Al levantarnos tuve la sensación imperceptible pero clara que estaba angustiada. Caminamos hasta una loma desde la que se divisaba la Granja. De pronto sentí deseos de volver, de estar solo. Le dije que prefería volver, que estaba cansado. Es normal, dijo ella. De vuelta a casa permanecí hasta tarde recortando noticias de diferentes periódicos. Jueves. Wan. Un niño de 11 años de edad puede ver con sus ojos, como si fueran rayos X, el corazón, los pulmones y cualquier órgano interno del ser humano. Su nombre es Shie Zo Hue, vive en la ciudad de Wan, en la provincia de Guizho, y su caso ha sido examinado por la Academia de Medicina de la provincia de Hubel. El niño puede ver, por ejemplo, en qué posición se encuentra el feto de una madre embarazada y en una ocasión adelantó que había visto mellizos en el seno de una mujer y el resultado se pudo comprobar poco después. Un grupo de investigadores científicos se ha servido del niño para hacer radiografías que serían difíciles o peligrosas por otros métodos. Shie Zo ya ha examinado en los últimos meses a 105 pacientes. Martes. La maestra me invitó a cenar. Al llegar a su casa encontré a cinco personas de las que sólo conocía al comisario político y al muchacho que baja a la ciudad tres veces a la semana en la camioneta del pueblo. Fui recibido con efusivas muestras de alegría. Durante la comida hablaron de cuestiones agrícolas. Uno de los comensales, una campesina de la Granja, dijo repetidas veces “se inunda el valle“. No supe, pese a la atención que presté a su conversación, a qué se refería. Después de la comida la maestra me llevó aparte; salimos al jardín y me preguntó qué pensaba de la guerra. Permanecí callado, estudiándola; sus ojos estaban llenos de lágrimas. Detrás de ella las colinas eran una mancha negra debajo de la luna creciente, pero al mismo tiempo era una mancha móvil, inestable. De improviso sentí que no estábamos solos: los otros se habían asomado a la ventana y desde allí nos miraban con sonrisas heladas que se aproximaban demasiado a la piedad. Martes. Me desperté a las cuatro de la mañana, sudando y con fiebre. Salí a caminar, la aldea estaba dormida y sólo se escuchaba el ladrido de un perro por el camino de la Granja. Me dirigí a la biblioteca; ésta tenía la puerta cerrada pero sin llave, como parecía ser costumbre. Encendí una pequeña lámpara, busqué papel y lápiz y me puse a escribir. Al cabo de una hora tenía sueño, pero permanecí un rato más hasta terminar el bosquejo de mi informe. Después apagué la luz, dejé todo tal como lo había encontrado y regresé a casa. Dormí hasta las nueve de la mañana. Me despertó el muchacho que regresaba de la ciudad para entregarme los periódicos.
Domingo. Pekín. Tres personas murieron pisoteadas por la multitud y otras diez resultaron heridas al final de un festival de música moderna celebrado en Pekín hace dos días con motivo de la “Fiesta de la Luna“. Hoy se reveló que la empresa encargada del parque de Beihai, donde se celebró el festival, cometió graves irregularidades que propiciaron el accidente. El recinto estaba preparado para recibir 25.000 personas, pero la administración del parque vendió exactamente hasta 50.240 entradas e invitó a otras personas, hasta completar la cifra de 60.000. Domingo. Hoy me encontré con la maestra. Era mediodía y yo estaba desde muy temprano leyendo en un claro del bosque cuando ella apareció precedida por unos cuarenta niños. Se sentó conmigo -en el claro hay bancos de madera construidos por los aldeanos- mientras sus alumnos se dedicaban a buscar hojas y musgo. Parecía cansada. Me preguntó qué leía. Se lo dije; luego permanecimos en silencio, ella evitaba mirarme. De pronto, sin levantar la vista, me preguntó cómo era la guerra. Es muy dura, le dije. Muere gente. Cuando me miró comprendí que estaba agradecida por lo que había dicho. Volvimos juntos, entre la algarabía de los niños, yo sin comprender nada. Al llegar a la puerta de mi casa nos despedimos. Sonreía, algunos pelos se le habían pegado en la frente. Me quedé inmóvil hasta que la vi desaparecer, primero las piernas, luego la cintura, los hombros, la cabeza.Sábado. Es de noche. Desde mi ventana veo los fuegos en las escarpadas. Me pregunto quiénes son los carboneros, de qué aldea, y a manera de respuesta imagino una planicie blanca. La maestra tuvo un comportamiento extraño esta tarde. Yo daba un paseo en bicicleta y ella venía con un grupo de gente por el camino del pantano. Al llegar junto a ellos algunos campesinos me advirtieron que no siguiera, que el camino era peligroso para andar en bicicleta. Les pregunté de dónde venían. Contestaron que del maizal que hay junto al pantano. Les pregunté si eso era posible, cultivar maíz junto a un pantano y dijeron que sí. Mientras hablábamos la maestra rehuyó mi mirada y al decidirme a volver con ellos se retrasó intencionadamente del grupo junto con otras dos muchachas. Al cabo de un rato de caminar volví la cabeza y en el otro extremo sólo vi dos siluetas. Iba a preguntar a los otros dónde estaba la maestra cuando observé que uno de los campesinos llevaba guantes. Este descubrimiento me trastornó hasta el punto de impedirme decir nada más durante el resto del trayecto. Ahora es de noche y tal vez un día de estos me decida a visitar las escarpadas. Los fuegos son minúsculos. En ocasiones, sin embargo, su brillo es cegador. Lunes. En la Granja todo el mundo estaba trabajando menos el muchacho de la camioneta. Me senté junto a él en el galpón y le ofrecí cigarrillos. Al terminar de fumar dijo que esta tarde iría a la ciudad, por si tenía algún encargo que hacerle aparte de los periódicos que me envían de Nanning. Le dije que no necesitaba nada. De acuerdo, dijo, un verdadero revolucionario es aquel que puede abastecerse en la cooperativa de su propio pueblo. Lo dijo sonriente, con algo de burla. Le respondí que este no era mi pueblo. Eso tiene mayor mérito, dijo. Me hubiera gustado sonreír pero no lo hice. Después de un rato me preguntó si sabía qué árboles eran los que crecían junto a la cerca. Le dije que eran almendros. Me miró con una sonrisa radiante y después me dijo que sí, en efecto eran almendros. Por un instante quedé desconcertado, luego sostuve con calma su mirada hasta que desvió los ojos. Alguien hizo sonar una taza de latón y escuché una voz detrás de mí que decía son las diez de la mañana.
Jueves. Algunos científicos se han instalado en la zona atraídos por el fenómeno y un campesino llamado Lai Jui Hua la describió en los siguientes términos: “Tiene la boca como la de un pato y la cabeza como la de una vaca, pero mucho más grande. El cuerpo también es enorme y se mueve dentro del agua provocando unas olas similares a las que producen las barcas”. He despertado con fiebre. Durante mucho rato he permanecido sentado en la cama, los ojos fijos en un punto de la pared, intentando no pensar en nada. Por el tórax me corrían hilos de sudor y sentía las tetillas frías como si me hubieran aplicado hielo. Martes. Tengo fiebre, sin embargo procuro quitarle importancia. Mientras escribía, el comisario ha venido a invitarme a una reunión de carácter político que se celebrará después de una comida campestre. Le he preguntado, un tanto molesto por haber sido interrumpido, si en esta aldea solían celebrar las reuniones después de comer en el campo. Ha titubeado y después me ha dicho que sí. Una curiosa costumbre, murmuré, y él me ha confesado que desde antes de la Revolución Cultural lo hacían así. No me he comprometido a nada y al irse el comisario he seguido escribiendo. Jueves. Han venido a visitarme dos mandos militares de la ciudad. Eran jóvenes y estaban nerviosos. Les rogué que se sentaran y me excusé de no tener nada que ofrecerles. Ellos sacaron una botella de vino y una de aguardiente que traían de regalo. Abrimos la botella de aguardiente; me trataron con deferencia y demostraron haber leído mis poemas. Uno de ellos también escribía y parecía tener talento a juzgar por los versos que recitó. De pronto me di cuenta que había olvidado quitar los recortes de periódico de la mesa e inevitablemente éstos atrajeron su atención. ¿Qué significado tiene esto?, preguntaron sonriendo. No lo sé, dije, son noticias que recorto. No insistieron y al cabo de un rato hablábamos de otras cosas. Jueves. Por la noche, antes de dormirme, saco por unos instantes los recortes y los alineo sobre la mesa. Luego me siento delante de ellos y los contemplo. Escucho apenas el vehículo de los militares que vuelven a Nanning. “El Youjiang va crecido este año”, dijo uno de ellos al despedirse. ¿Qué significado tiene esto, en realidad? El monstruo tiene pico de pato, leo. Esto no puede asombrarme ni maravillarme, sin embargo intuyo que detrás de estas palabras hay algo que puede provocarme una emoción aún mayor. Por momentos tengo la certeza de encontrarme sobre la pista, por momentos creo que sólo estoy enfermo.
Martes. Wu Yunquing, de 142 años de edad, residente en Quinghuabian, provincia de Shaanxi, pasea en bicicleta por las calles de su ciudad natal. Para Wu, el secreto de su longevidad radica en su optimismo, el ejercicio físico y una forma de vida moderada. Según él, esta moderación incluye cuatro o cinco horas diarias de sueño y, a ser posible, sentado. Recorto también la foto: en ella aparece un anciano de barba blanca, montado sobre una bicicleta, observando la cámara fotográfica. Miércoles. He asistido a la comida campestre y luego a la reunión. La comida fue abundante, hubo vino y muchos brindis. Después hubo dos oradores, el comisario político y una campesina que trabaja en la Granja. La charla de esta última fue curiosa, la traía escrita y tenía por título “¿Qué hacer cuando la lluvia nos sorprende en el camino?” A medio discurso, plagado de lugares comunes, de reiteraciones y descripciones minuciosas de herramientas y ropas de trabajo, me dormí apoyado sobre el tronco caído de un árbol. En determinado momento, a mi sueño llega su voz que dice que la persona que se viera asaltada por la lluvia debía cavar un hoyo, meterse dentro y luego cubrirse de tierra. Desperté sobresaltado. Nadie me observaba salvo el comisario político; su rostro era una extraña mezcla de ironía y miedo. Cuando la campesina finalizó su discurso esperó a que yo aplaudiera para hacerlo él. Jueves. Sobre los incidentes del parque Beihai: El jefe de seguridad de la zona había advertido a los responsables del parque que vender más entradas de las autorizadas podría provocar desórdenes…Algunas canciones de la última moda interpretadas en inglés provocaron fuerte emoción en el público juvenil… Los espectadores salieron del recinto atropelladamente y alrededor de 60 personas fueron pisoteadas…Entre los diez heridos, cuatro se encuentran graves. Jueves. El militar más joven, el poeta, dijo que la realidad era la cultura. Yo miraba por la ventana el movimiento apenas perceptible de la aldea. Por la calle principal se alejaban dos niños llevando algo entre los brazos; por el otro extremo venían dos mujeres arrastrando una carretilla; hablaban en voz alta, se reían. El otro oficial dijo algo acerca de armas bacteriológicas. No le presté atención, sólo recuerdo haber asentido mientras un ligero corrimiento, allá lejos, en las escarpadas, cautivaba mi interés. Fue algo así como si empujaran hacia un lado el paisaje y metieran en el hueco otro exactamente igual, pero nuevo. Por la noche fui a la casa del comisario. Vive con su mujer y cinco hijos, todos menores de diez años. Le pregunté qué clase de asamblea había sido la de ayer. Su mujer me miró como si los hubiera amenazado de muerte. El comisario dijo que no había sido una asamblea sino una fiesta. Al recordarle que por la tarde todos habían trabajado, añadió que se trataba de una fiesta menor. La tradición, dijo, es celebrarla durante media jornada, con una comida colectiva. Viernes. A las doce de la noche, cuando terminaba de leer un libro de divulgación científica y me disponía a revisar mis recortes de periódico, llamaron a la puerta. Permanecí sentado, quieto, no quise responder. Volvieron a llamar, muy débil, como si no quisieran molestar. Recuerdo haber cerrado los ojos, haber deseado que quienquiera que fuese creyera que no estaba, aunque la luz encendida me delataba. Después la puerta hizo un sonido de alambre al abrirse y unos pasitos menudos se deslizaron hasta detenerse a pocos metros de donde yo me hallaba. Abrí los ojos: la maestra apagó la luz y se desnudó sin decir una palabra. A tientas, guardé los recortes, dejé la carpeta sobre la mesa, descorrí la cortina, me dirigí con cuidado hacia el lecho. Sus senos eran pequeños y anchos y sollozó mientras la penetraba. Después estuvimos abrazados en la oscuridad hablando de cosas sencillas, los problemas de la escuela, la biblioteca -insistió en saber mi opinión sobre ésta-, los niños, la Granja, los carboneros que trabajaban de noche. Al llegar a este punto le pregunté por qué trabajaban de noche y no supo responderme.
Viernes. El muchacho de la camioneta llega a las ocho de la noche de Wuming. Me acerco a él para que me entregue los periódicos. Su semblante está pálido y demacrado. Con una sonrisa me dice que está enfermo. Le pregunto si ha ido al médico y dice que sí. Tiene diarrea y fiebre. Le digo que no debería conducir en ese estado. Responde que ahora se irá a la cama, apenas deje de conversar conmigo. Por la noche trabajo en la biblioteca hasta la una de la mañana. Al salir tengo la sensación de que el pueblo está vacío. A medida que camino la sensación se hace más intensa, así como el deseo de entrar en algunas casas y comprobarlo. Sin embargo, soy capaz de controlarme, de llegar hasta mi casa, de desnudarme, de pensar. Sábado. Durante la mañana revisé los recortes. El niño de Wan, el monstruo del lago, el anciano que pasea en bicicleta, los incidentes del parque de Beihai. ¿Qué tienen en común estas noticias? He recortado otras, pero las recurrentes, las que vuelven a mi memoria como señales rojas, sólo son estas cuatro. Jueves. El oficial habló de armas bacteriológicas. Le pregunté a qué clase de armas se refería. Al mirarme, su rostro se desdibujó como si una niebla azul lo envolviera. Pensé: camarada, estás desapareciendo.
Viernes. Debo mantenerme firme. Por la mañana vino a visitarme el médico. Su marcha coincidió con la llegada de la maestra. Escuché cómo se saludaban en la puerta y luego un largo silencio donde acomodé ambos rostros, inexpresivos, débiles. Al llegar a la habitación la maestra dijo que me encontraba bien. Le pregunté por qué creía eso. Respondió que el medico había dicho que mi salud era buena; además, ella sabía que escribía a diario, un excelente síntoma. Sábado. Por la tarde un primer grupo de aldeanos salió por el camino de la Granja. Poco después salió otro grupo por el camino de las escarpadas y el pueblo quedó prácticamente vacío. Esta vez quise saber adónde iban y decidí seguir al segundo grupo, por lo que cogí una bicicleta que alguien había dejado junto a la cooperativa y pedaleé en dirección a las escarpadas. Al llegar al primer recodo comprendí que no les daría alcance: en algún momento habían abandonado el camino y ahora, para alcanzarlos, debía volver atrás y encontrar el punto por el que se habían desviado. Me pareció inútil y regresé a la aldea. Al pasar por mi casa la anciana que vive enfrente abrió la ventana y sacó la cabeza como si intentara atrapar algo con la boca. Supe, recién entonces, que era ciega. Dejé la bicicleta adonde la había tomado y volví andando.
Lunes. El volcán hizo erupción tres veces entre 1597 y 1702 y las repetidas lluvias y la nieve convirtieron su cráter en un lago de 10 kilómetros cuadrados y 373 metros de profundidad. Según han manifestado los trabajadores que conocen la zona, la abundancia de microorganismos en el lago puede muy bien ser la causa de que en él vivan animales acuáticos. Las plantas del jardín dan la impresión de una inmovilidad perfecta. Pensé en la bicicleta de Wu Yunquing, en su barba blanca, casi postiza. Nacido en 1838. El día está cargado de nubes oscuras, hace calor. Por un momento he creído que los recortes se proyectaban sobre las escarpadas. He cerrado los ojos; la imagen ha tardado en diluirse. Algunas personas afirman que Shie Zo habitualmente ve a todas las personas desnudas debido a la fuerza de sus ojos. De pronto comienza a llover y sé entonces que soy el único que presta atención a lo que está ocurriendo. Esto puede ser el fin, pienso. Entonces la lluvia cesa. Lunes. Nunca podré establecer una relación entre los recortes; ¿de qué manera se prolonga la extraña criatura del lago con los disturbios del parque Beihai?¿En qué medida el portento visual del niño de Wan es el de la misma naturaleza que da la larga vida de WuYunquing? Sólo sé que suceden cosas extraordinarias. Mientras el militar más joven recitaba algo de Mao Dun observé que la vida en la aldea era idéntica a sí misma. La maestra salía de la escuela rodeada de niños y miraba en dirección a mi casa, sin verme. La camioneta de la aldea permanecía aparcada junto a la cooperativa. Más lejos jugaban dos cachorros de perro, y un niño, con una pala en la mano, los observaba. El color del cielo nuevamente era gris y por el lado de las escarpadas exhibía unas franjas fosforescentes, repugnantes, como si esa parte del cielo estuviera leprosa. Sin perder la sangre fría corrí hacia el patio trasero y vomité. Sentía una profunda piedad imprecisa. Los oficiales salieron en mi búsqueda e intentaron llevarme al baño, pero no lo permití. Me bastó mirarlos, con los labios aún manchados de bilis, para que no avanzaran un paso más. Después mentí: he perdido la costumbre de beber, dije. Lunes. No estoy enfermo. Mi nombre es conocido en las provincias de mi país. Tengo 45 años y desde los 15 sirvo en el ejército. He recibido múltiples condecoraciones. A los 25 años publiqué mi primer libro y desde entonces mi producción literaria ha sido ininterrumpida. Soy sano y fuerte, me he demostrado que puedo resistir el hambre y el dolor. Durante seis años residí en Vietnam donde fui consejero del ejército popular en la lucha contra los imperialistas y sus lacayos. Viví en Hoa Binh y Phat Diem; en 1971 fui herido en una aldea cercana a Phu Dien Chau y retorné a mi país. En 1979, durante el conflicto bélico chino-vietnamita, combatí contra mis antiguos aliados. Mi división estaba acuartelada en Jinxi y yo pertenecía al estado mayor. Al terminar la guerra fui destinado a Ningming, cerca de la frontera y, al poco tiempo enfermé. Estuve en el Hospital Militar de Nanning donde mi recuperación fue rápida; luego, por deseo de los médicos y con el beneplácito de mis superiores, fui enviado a esta aldea para descansar.
Viernes. Desde las cinco de la mañana hasta las doce he permanecido sentado en el suelo, desnudo, intentando pensar. Es difícil; a veces el cuerpo parece un agujero y todo lo demás, las ideas, las palabras, los descubrimientos, se asemejan a las joyas, hermosas pero innecesarias. Si tuviera tiempo, conjeturé, me gustaría trasladarme a Pekín e investigar a fondo los incidentes del parque Beihai. Una sola pregunta: ¿quiénes autorizaron la venta de entradas? ¿Y para qué? Esta segunda pregunta, por supuesto, podría contestarla si pudiera interpretar correctamente los recortes. Sábado. Salí por la mañana. Conseguí una bicicleta en el taller de la Granja y partí de inmediato. El muchacho de la camioneta me vio abandonar el pueblo y gritó algo inaudible. Me volví a mirarlo, no me detuve. Corrió un trecho detrás de mí pero al cabo de unos minutos abandonó; por el espejo retrovisor alcancé a ver que me decía adiós con los brazos. Pedaleé durante unas tres horas en dirección a las escarpadas y me detuve a descansar. Estaba empapado de transpiración pero me sentía bien. La bicicleta era vieja y tenía el cuadro oxidado, pero aguantaría; era pesada y resistente, de las construidas hace mucho. A mediodía llegué a una colina escasa de vegetación desde donde vislumbré una aldea. Saqué los prismáticos y enfoqué las calles durante un rato. Ni una sola persona, ni un solo movimiento. Un kilómetro más adelante el camino se bifurcaba. Una senda, casi techada por el bosque, llevaba a la aldea; la otra seguía hacia las escarpadas. Noté la ausencia de sonidos, la quietud que parecía colgar de las ramas más altas de los árboles. Pensé textualmente: la quietud cuelga de una rama, y tuve un acceso de desmayo. Me sostuve, perplejo, como si estuviera en un bosque de adivinanzas y no debiera perder el buen juicio. Al cabo volví a montar en la bicicleta y me alejé en dirección a las escarpadas.
Martes. La maestra vino a mediodía. Traía composiciones que sus alumnos habían realizado sobre mi literatura. Me las extendió, sonriendo, y esperó a que las leyera. ¿Qué te parecen? Camarada, le dije, me dan ganas de llorar. Pues llora, dijo ella. Nos desnudamos e hicimos el amor. Después ella dijo riendo que nunca lo había hecho a esa hora. Por el marco de la ventana vi un cielo gris, de un brillo opaco, y pensé que era extraño que no me estremeciera. Martes. Al caer la noche la maestra volvió a casa. Comimos juntos, lavamos los platos, nos sentamos a trabajar en la misma mesa; ella preparaba sus clases y yo escribía los últimos párrafos de mi informe. En el silencio de la medianoche escuché pasos de gente que iban a la casa vecina. Le pregunté qué ocurría. Dijo que la anciana ciega estaba enferma. A los pocos minutos el silencio se había restablecido. ¿Era el médico?, pregunté. No, dijo, el médico vive en Wuming, era gente del pueblo. Me acosté pensando en la vieja. Por el hueco de la cortina veía a la maestra inclinada sobre la mesa. Cerré los ojos y sonreí, los niños habían escrito “optimismo y confianza en el futuro”. Intenté recordar, ignoro por qué razón , el rostro del joven oficial y poeta, y en su lugar aparecieron las siluetas de los niños que rodeaban al comisario político al final del camino. Cuando la maestra vino a la cama me había dormido. Temblaba, me contó ella al día siguiente. Me sentía feliz. Viernes. Me desperté a las seis de la mañana. Le dije a la maestra que no debería haber sido fácil para los aldeanos mi estancia aquí. Me miró sorprendida. No, dijo, los campesinos son generosos. Sólo temían que no te sintieras bien. Me siento bien, le dije. Antes de marcharse me acarició una mano. No me moví de la puerta hasta que la vi desaparecer por una calle lateral. Por todas partes se veía gente trabajando. Salí al patio trasero y me bañé con baldes de agua fría. Sentí deseos de cantar. Por supuesto, no lo hice.
Sábado. A las seis de la tarde avisté otra aldea. Desde un árbol estuve observando el pueblo con los mismos resultados que en el anterior. Era curioso, a mi derecha crecía un rumor de río, como si el Youjiang se hubiera salido de madre, aunque yo sabía que el Youjiang estaba por lo menos a 25 kilómetros a mi izquierda. El calor era insoportable y presagiaba tormenta. Esta vez resultaba inevitable pasar por el pueblo, a menos que lo rodeara, pero en este caso tenía que abandonar la bicicleta. Entré lentamente, a vuelta de rueda, temeroso de perturbar el silencio reinante. Cuando dejaba atrás la primera casa comenzó a llover. Casi al instante el agua formó una cortina tan densa que impedía cualquier atisbo de visibilidad. Dejé la bicicleta apoyada junto a un bebedero y entré corriendo en la vivienda más cercana. No fue necesario tocar, la puerta estaba abierta y un sólo vistazo me bastó para comprender que allí no vivía nadie. Cuando la lluvia amainó penetré en las otras casas: todas estaban vacías desde hacía mucho. Me senté en el suelo, bajo el alero de una de las chozas, y esperé. Había anochecido cuando decidí seguir adelante. Al ir a buscar la bicicleta observé que en las escarpadas ya estaban las primeras fogatas de los carboneros. ¿Carboneros en la provincia de Kuangsi?, ¿después de la lluvia? Saqué los prismáticos y enfoqué hacia arriba. Los fuegos apenas parpadeaban. Me sentía afiebrado, no obstante seguí. Sábado. Dos kilómetros más adelante el camino terminaba junto a un pozo. Alrededor del pozo habían limpiado una especie de explanada y en ambos lados habían bancas de madera, enmohecidas, con respaldos labrados con motivos florales. Me senté en la de la izquierda. Sabía que a mis espaldas los fuegos crepitaban aunque no pudiera oírlos. El rumor sordo del río se imponía a cualquier otro sonido.
Domingo. La tonalidad del cielo es la misma de ayer y de los días pasados. Por la mañana estuve sentado en el jardín, con un libro en las rodillas, mientras los campesinos marchaban a trabajar a la Granja o al pantano y horas después volvían de la Granja y el pantano y se saludaban al encontrarse o se detenían a hablar. A las cinco de la tarde vino puntual el muchacho de la camioneta a entregarme el paquete de periódicos. Cuando ya se iba le pregunté si se había recuperado; me miró sonriendo, sin entender. ¿Estás sano, ahora?, le grité.¡Sí!, dijo, y la camioneta se alejó camino abajo. Domingo. No he abierto el paquete de periódicos. Sé que encontraría noticias que recortar y ya no importa. Alguien se encargará de quemar los recortes que he guardado y mi diario. Tal vez alguien se adelante y no permita que eso suceda. Sospecho que ambas posibilidades tienen más de algo en común. Lunes. Me disponía a dar un paseo cuando llegó el comisario. Le dije que quería caminar, que si a él no le molestaba podíamos dar un paseo juntos. Aceptó encantado. Tomamos el camino de la Granja hasta llegar al bosque. Dígame, le pregunté, cómo se llama esta bosque. El comisario sonrió con timidez. No tiene nombre, dijo. Nos sentamos a hablar en el claro. La conversación fue parca. El comisario miraba beatíficamente las ramitas esparcidas en la tierra mientras yo buscaba las ramas más altas, los pedazos inseguros de cielo. Casi un símbolo, medité. Al anochecer volvimos a paso lento a la aldea. Lunes. Me asomé a la ventana de la casa vecina. La oscuridad no era total y pude ver a la anciana sentada en una silla mientras un niño vigilaba la sartén sobre un hornillo de leña. Buenas noches, dije, me alegra verla repuesta. ¿Quién es?, dijo la anciana. El niño miró sonriendo y después siguió atento a lo que cocinaba. Mi nombre es Chen Huo Deng, dije. Ah, el soldado, suspiró ella. Soy una vieja asmática pero no puedo morirme todavía. Eso está bien, dije. Lunes. Sobre la mesa he dejado en orden todo cuanto he escrito estos días. Aquí está mi informe atrasado y cinco poemas. Sobre la mesa quedará asimismo este diario. No oculto nada. (Además, sería inútil.) Junto a mis papeles he dejado una breve nota señalando que éstos deben ser entregados al estado mayor del ejército, en Nanning. La casa, que tan amablemente me fuera prestada por el comité del partido de esta aldea, la devuelvo en las mismas condiciones en que me fue cedida. Por lo demás, todo lo que tengo es del Ejército. Ahora saldré a caminar, ya ha pasado medianoche, hasta llegar al bosque. Espero tener la paciencia de buscar una rama alta y resistente, escondida en el follaje, y colgarme.
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Tercer Accesit del I Premio Alfambra de Cuentos, Patrocinado por el Ayuntamiento de Valencia, 1983. Editorial Prometeo.
Cuento obtenido de la página web: http://foro.elaleph.com/viewtopic.php?p=587911
viernes, 18 de septiembre de 2009
Ricardo Piglia, Plata quemada I (el libro)
Es -voy a empezar así, haciendo amigos- uno de los cinco mejores escritores vivos en castellano, pero además de eso, es el lector más lúcido. Piglia, siguiendo la tradición borgiana, se mueve en un terreno donde la ficción y el ensayo se mezclan, donde no está claro cuál es la novela y cuál el relato (siempre teniendo en cuenta que Borges la despreciaba). De ahí surgieron obras que, hoy porque estoy contento, voy a llamar geniales: El último lector o Prisión perpetua. Su obra, su estilo bebe del omnipresente Borges, de su amadísimo Arlt, de Onetti, Brecht, Benjamin, Hammet, Chandler, Gombrowicz, Macedonio Fernández, Faulkner, Kafka...
viernes, 11 de septiembre de 2009
Nos veremos en París, seguramente
Nació en Gestalgar, Valencia. Ha publicado más de una decena de libros. No todos son novelas si no que empezó como poeta (nunca dejaría de serlo) y poco a poco, tal vez convencido de que sus poemas eran "conmovedoramente malos", se pasó al terreno de la prosa y de la novela. Hasta el momento, Maquis es su mayor éxito a nivel comercial (5 ediciones).
No es esto lo que me interesó de él, sino una serie de frases que aquí reproduzco:
"Hay que leer con uñas y dientes"
"Para mí escribir es reescribir"
"Escribir es un trabajo feliz"
viernes, 28 de agosto de 2009
Apuntes sobre Irvine Welsh
Secretos de alcoba de los grandes chefs y Trainspotting
Primero el sujeto: Irvine Welsh nació en 1958 en Leith (Escocia) donde se desarrolla la mayor parte de estas dos novelas y, por qué no, las otras cinco que escribió. Se dedicó a arreglar TV, estudiar, drogarse, a la especulación inmobiliaria y a delinquir en general hasta que se volvió bueno y se hizo DJ de house. También escribe, claro. Ahora es un snob.
Los libros.
Trainspotting: Fue su primera novela, publicada en 1993. Desde aquí solo pudo descender. Eso y ponerse gordo. Tanto el libro como la película (que no está a la altura) adquierieron casi desde su estreno un carácter mítico, de culto.
La oralidad del lenguaje, su dureza, lo ásperas de las imágenes y sensaciones de un grupo de yonquis y su condición de marginados, además del carácter cómico de muchas partes del libro lo convierte en asqueroso, conmovedor y honesto. El abanico -que topicazo- de personajes, y esto es un punto a favor, resultan en cierta manera fácilmente rechazables, incómodos, pero aun así totalmente necesarios y en algún punto, entrañables. Es posbile que Trainspotting brille principalmente por su temática y, en segundo lugar por su estilo y no tanto por la historia o su calidad "literaria". Aun así es un referente.
Secretos de alcoba de los grandes chefs, publicada en 2006, no se aleja excesivamente de Trainspotting. El espacio narrativo sigue siendo Leith, el barrio obrero escocés de Welsh, y asoman puntos que aparecían antes: el punk, las adicciones (el alcohol en este caso) y la violencia. En otros aspectos se distancia. Los protagonistas ya no son lumpen, la narración tiene un carácter más lineal y se introduce, además, el elemento fantástico que entreverado con esa base de realismo sucio resulta en una lectura que parece agriarse. Los personajes principales, antagonistas ellos, resultan más detestables que en otras ocasiones: Tenemos por un lado a un hooligan beodo y cultureta y, en la otra esquina a un enclenque pelirrojo freaky. Ambos trabajan en sanidad y entre ellos se crea una atípica relación matón-oprimido bañada en un componente mágico que estropea y a su vez articula la novela.
Borges y yo
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
jueves, 27 de agosto de 2009
Broma post mortem de Philip K. Dick
Iba caminando por la feria del libro de ocasión buscando algún milagro, algun libro que no fuera de Góngora, Quevedo o Rosa Chacel -los tres nombres que más abundaban- cuando encontré una novela de Philip K. Dick. 5 euros, estupendo. Había oído hablar de su mente enferma, de sus enormes relatos de ciencia ficción (Ubik, El hombre en el castillo o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) que tanto "me" habían recomendado Bolaño y el omnipresente Fresán. Me costó agarrar el libro, no soy un lector de ciencia ficción, pero me decidí. Seguro que vendría algo grande. Mais...
Ir tirando es una novela de carácter realista publicada por Philip K. Dick en 1985. Mierda, algo no cuadra. Philip Dick era un escritor de ciencia ficción y, además, murió en el 82. ¡Oh! Publicación póstuma, escrita en el 57 y desenterrada. Que me jodan. La narración se centra en la relación que mantiene una pareja estadounidense que se instala en California después de la Segunda Guerra Mundial y cómo él,Roger Lindahl, al llevar a su hijo a una escuela a-tomar-por-el-culo para sacárselo de encima intenta tirarse a otra mami, que resulta ser el prototipo de histérica.
La novela se presta a una lectura fácil pero no tiene nada de interesante fuera de las escenas de sexo. Los personajes resultan un tanto planos y la historia se hace muy predecible. El libro en sí se hace prescindible. Y no quiero plantear un debate sobre qué hacer con los papeles de los muertos, mientras no me vuelvan a colar otra mierda semejante.
Una broma post mortem de Philip. Que te jodan.
miércoles, 19 de agosto de 2009
Tres
EL CALEIDOSCOPIO OBSERVADO. La pasión es geométrica. Rombos, cilindros, ángulos latidores. La pasión es geometría que cae al abismo, observada desde el fondo del abismo.
miércoles, 5 de agosto de 2009
2666
¿Qué decir después de 2666? ¿Qué decir cuando se es -como un, aparentemente, buen lector (aunque qué mierda es un buen lector)- arrastrado o llevado o
inducido o hipnotizado durante kilómetros y abandonado justo al borde de la sima, mirando hacia el abismo? ¿No decir nada? ¿Simplemente arrojarse? No, ya
estás ahí, cayendo y volviendo a caer.
Sinopsis de los libros
La parte de los críticos: trata de la relación que mantienen 4 críticos literarios expertos en un escritor semidesconocido, Benno Von Archimboldi, entre ellos y en relación al escritor, a quien deciden buscar.
La parte de Amalfitano: un profesor chileno de filosofía, traductor de Archimboldi, después de ser abandonado por su mujer, enajenada, termina viviendo en Sonora con su hija en medio del aburrimiento, la soledad. Es un chileno en el desierto.
La parte de Fate: un reportero -estadounidense y negro-, después de la muerte de su madre termina por casualidad cubriendo un combate de boxeo en Santa Teresa y, posteriormente, interesándose por los crímenes que allí ocurren.
La parte de los crímenes: en forma de informes forenses intercalados por otras tantas historias que se entrelazan e intermitan van pasando personajes relacionados con los asesinatos (víctimas, cuplables, acusados, judiciales, padrotes, putas, narcos, policías, videntes...). Es la parte del horror, también, pero un horror casi aplacado por la repetición, por la burocratización y el intento de crear cortinas de humo. Casi podríamos hablar de la banalización del mal, que diría Arendt.
La parte de Archimboldi: es la biografía del autor, desde sus orígenes prusianos, su paso estólido por la guerra, su formación como escritor y sus viajes.
Necesito agua y releerla, así como intentar digerirla. Pero sigo en trance.
jueves, 9 de julio de 2009
Viajes por el Scriptorium, Paul Auster
Cierro la novela, de lectura bastante ágil y sencilla, entre otras cosas por el vocabulario, las grandes letras y las pocas páginas, con la sensación de que es totalmente innecesaria. Se me atragantó Auster:
sábado, 4 de julio de 2009
MAYO DEL 68: DE LA REVUELTA AL PARQUE TEMÁTICO
sábado, 27 de junio de 2009
Prisió perpetua
Beber es una actividad seria, desde siempre asociada con la filosofía. El que bebe, dice Steve, intenta disolver una obsesión. Hay que definir primero la magnitud de la obsesión. No hay nada más bello y perturador que una idea fija. Inmóvil, detenida, un eje, un polo magnético, un campo de fuerzas psíquico que atrae y devora todo lo que encuentra. ¿Ha visto alguna vez una luz imantada? Se traga todos los insectos que se le acercan, los trata como si fueran de fierro. He visto volar unterminablemente a una mariposa en el mismo lugar hasta morir de fatiga. Todos hablan de obsesiones, dice Steve, nadie las explica tal cual son.
sábado, 13 de junio de 2009
Moteles I
Cuando frenó una nube de polvo anaranjado se levantó a su alrededor. El motor sonaba como una bestia enjaulada, furiosa y sin posibilidades. No apagó el coche y fue directamente hacia la habitación del motel. La puerta abierta. ¡Mierda!, gritó y un golpe en la pared. Escudriñó la habitación, alguien ya la había visitado y se temió lo peor. Lo sabía pero tenía que comprobarlo. Fue al baño. Frente a él el botiquín. La imagen que nos da el espejo es la de la desesperación y el límite, el precipicio mental y el físico. Abrió la portezuela y miró dentro, detrás del alcohol y el yodo no había nada. Ya no estaba. Ahora su única posibilidad era salir corriendo.