Ricardo Piglia, después de la muerte de Fogwill, es seguramente el mejor escritor vivo de Argentina. Por encima de Pauls y de Aira. Porque Piglia es diferente: no es sólo un escritor (un gran escritor, uno de esos que construye frases cargadas de fuerza, de lirismo, de sentido y que las sabe utilizar como ladrillos para crear estructuras novelísticas a ratos más convencionales, como en Plata Quemada, o más complejas como en esta novela o como en las nouvelle Prisión perpetua), no es sólo un escritor, decía, sino también un intelectual de peso: una persona cargada de conocimientos y generadora de ideas. Una persona que conoce muy bien tanto su historia, la historia argentina y la europea (sobrina y tía), como sus raíces literarias, bastante amplias, pero que tiene como principales deudores o maestros a Borges, Kafka, Faulkner, Chandler y Gombrowicz. Cada uno se deja ver a su forma.
Dicho esto, pasemos a ver lo que fue la primera novela de Piglia: Respiración artificial.
La novela está dividida en dos partes, muy diferenciadas:
I. Si yo mismo fuera el invierno sombrío: comienza con la publicación por parte de Emilio Renzi (eterno alter-ego de Piglia) de una novela sobre su familia y la aparición de la misteriosa figura de su tío, Maggi, un personaje excéntrico, cuestionado por la familia y que está intentando componer la biografía de Enrique Ossorio gracias a un cofre con cartas heredados de su suegro. Con estos elementos, ya tenemos parte de la estructura de la primera parte: está conformada como una extraña novela epistolar dividida en capítulos, pero no en cartas, con un estilo indirecto que tiene la capacidad de confundir constantemente al lector, porque las historias se van encajonando. Normalmente el narrador es Renzi, quien cuenta sobre las cartas que le escribe Maggi, quien a su vez reproduce parte de la correspondencia de Ossorio. Además de esto, tenemos a otro personaje, un paranoico que intenta desvelar constantemente los mensajes ocultos detrás de las cartas. El personaje de Arocena. Esta trama, bastante compleja lleva implícitos varios temas: desde el misterio del personaje de Enrique Ossorio, un probable traidor del gobierno del caudillo Rosas que se exilia en Chile y que tuvo una vida azarosa, la cuestión de la identidad argentina (también debatida en la segunda parte, desde argumentaciones menos históricas y más literarias o más desde la historia de la literatura).
"¿Hay una historia?" se pregunta el narrador en la primerea frase. Hay muchas historias, responde el lector. Y es posible que Arocena, el paranoico que intenta captar todas las cartas que son enviadas al senador Luciano Ossorio, el nieto inválido de Enrique Ossorio, el traidor, el aventurero, y el mismo senador, que vive encerrado en un castillo, en silla de ruedas, sean los paradigmas de dos lectores: uno que intenta recomponer la historia por medio de las cartas de su abuelo y otro que intenta descifrar los mensajes ocultos detrás de cada una de las cartas, detrás de cada texto, de forma compulsiva: un lector que intenta crear el esqueleto de los huesos y el lector que deconstruye los textos, buscando las claves, y alguna vez con éxito.
"Hay alguien que intercepta esos mensajes que vienen a mí. Un técnico", dijo, "un hombre llamado Arocena. Francisco José Arocena. Lee cartas. Igual que yo. Lee cartas que no le están dirigidas. Trata, como yo, de descifrarlas. Trata", dijo, "como yo de descifrar el mensaje secreto de la historia".
La multiplicidad de personajes, de narradores y la elisión de sus nombres en cada momento hace la lectura de esta primera parte algo más compleja, además de la multitud de relatos que se intercalan en cada una de las cartas y cada una de las claves que esconde dicha carta. La labor del lector, en cierta forma, es la del historiador que se encuentra con una serie de documentos, de versiones, no siempre claras, totalmente alejadas de la seguridad, y que debe intentar construir esa historia. "¿Hay una historia?"
II. Descartes: Esta parte está estructurada de una forma completamente diferente y sin embargo muy parecida. En este caso, todo gira alrededor de Renzi y de un personaje, amigo de Maggi, el polaco Tardewski, un alter-ego de Witold Gombrowicz. Su vínculo es, como dijimos, Maggi, y en este caso el que intenta reconstruir la historia es Renzi mientras espera a su tío, que tal vez nunca aparezca. En esta parte es donde Piglia muestra su abanico literario y hace, además de las distintas historias que se entretejen, que el ensayo literario se convierta en un elemento más de ficción, igual de válido, aunque decir esto a estas alturas debería ser algo obvio. Particularmente genial es su teoría según la cual Borges es el último escritor del siglo XIX (y el más grande, además) y Arlt el más importante del XX. La defensa de Renzi sobre Arlt es enorme: Arlt escribe mal, pero ese es su estilo, eso es lo transgresivo de Arlt, el haberse alimentado de malas traducciones y de una experiencia suburbana sórdida. La fuerza de Arlt es lingüística porque escribe "mal". Otra de las teorías es sobre Borges y sus preferencias y cómo éstas no están en sus ensayos y en sus prólogos sino que las afinidades y los desprecios de Borges (muchos, de un lado y de otro) se encuentran en sus ficciones, en los personajes de Danieri, de Menard, etc. Más curiosa es la teoría elaborada por Tardewski sobre Kafka y Hitler, el punto de encuentro que tuvieron. Y hay más, mucho más. Pero no se puede ni debe contarse todo. Interesa más contar que la novela brilla más cuando vuelve a sus porosos orígenes en los que se mezclan los estilos, las historias, la estructura y no la prefabricación. Con Respiración artificial podemos toparnos con novela histórica, roman philosophique, relato policial, novela epistolar, etc. Es la riqueza de temas, la perfección de la ejecución lo que la convierte en una puta maravilla por la que cada día quieres más a Piglia.
Algunas frases subrayadas:
Algunas frases subrayadas:
Después del descubrimiento de Amércia no ha pasado nada en estos lares que merezca la más mínima atención. Nacimientos, necrológicas y desfiles militares: eso es todo. La historia argentina es el monólogo alucinado, interminable, del sargento Cabral en el momento de su muerte, transcrito por Roberto Arlt.
Sufro esa clásica desventura: haber querido apoderarme de esos documentos para descifrar en ellos la certidumbre de una vida y descubrir que son los documentos los que se han apoderado de mí y me han impuesto sus ritmos y su cronología y su verdad particular.
Por otro lado, la correspondencia es un género perverso: necesita de la distancia y de la ausencia para prosperar.
¿Y qué es en definitiva la biografía de un escritor sino la historia de las transformaciones de su estilo?
Ahora sobrevivo y mi sueño está tan cerca de la vigilia que apenas si se puede llamar sueño.
Fíjese en mí, le digo ahora. Vine a este pueblo hace más de treinta años y desde entonces estoy de paso. Estoy siempre de paso, soy lo que se dice un ave de paso, sólo que permanezco siempre en el mismo lugar. Permanezco siempre en el mismo lugar pero estoy de paso, le digo.
La literatura argentina está difunta.
O sea, dice Renzi, que la literatura argentina se inicia con una frase escrita en francés, que es una cita falsa, equivocada. [...] Ahí está la primera de las líneas que constituyen la ficción de Borges.
1 comentario:
A veces pienso que me voy volviendo poco a poco demasiado historicista como para firmar ciertas licencias. Igual me convierto en un padre de familia que los sábados por la noche es Drag Queen. Rollo sado con perfumes hegelianos. Algo así pero en literario, se entiende.
De todas formas, querido, me celebro tu cada vez mayor por la cartografía literaria. Lo argentino, ¡ay!
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