El caos, el caos...
Gaddis es uno de los
novelistas que inspiraron a escritores de una importancia y una
dificultad como Pynchon o Foster-Wallace. Aquí, con su obra completa
en proceso de publicación (después de muchos años en los que vivió
en el limbo de la descatalogación editorial), parece casi imposible
no leerlo a través de estos autores que fueron sus discípulos, es
decir, de forma retrospectiva. Y puede decirse que con él y con
otros narradores como Barth y Gass, también editados por Sexto Piso,
se inicia lo que se da en llamar la novela posmoderna, caracterizada
por la fragmentación, el caos, la incomunicación, el humor (casi
siempre irónico) y la crítica implícita o explícita al
capitalismo en su salvaje fase actual. Estas premisas dan a la obra,
por lo general, un carácter difícil pues renuncian de forma abierta
a catalogarse dentro de la novela clásica, pues consideran que una
nueva época no puede escribirse con los moldes antiguos. No domina
el orden, sino la entropía. El mundo es caótico, y así es Jota
Erre.
(...) el conocimiento debe organizarse de modo que se
pueda enseñar, y tiene que reducirse a información para poder
organizarse, ¿entienden? En otras palabras, esto nos lleva a asumir
que la organización es una propiedad inherente al propio
conocimiento, y que el desorden y el caos no son más que unas
fuerzas irrelevantes que lo amenzan desde el exterior. Pero, en
realidad, es exactamente al revés. El orden no es más que un estado
débil y peligroso que tratamos de imponer sobre una realidad
básicamente caótica...(P. 34)
La novela está
construida como un enorme conglomerado de diálogos en los que un
narrador apenas introduce unos brevísimos comentarios, más a modo
de acotaciones, que tampoco dan muchas pistas sobre lo que estamos
leyendo. Estos diálogos se intercalan, se cruzan y mudan
constantemente de espacio y de interlocutores sin que el lector pueda
seguirlos siempre de forma clara, como si fuera una grabadora que se
trasladara a todas partes, captando todos los giros propios de las
conversaciones, con sus digresiones, sus interrupciones y su falta de
continuidad y, además, los sonidos de radios y televisiones que nos
bombardean —a ellos y a nosotros.
Los personajes no nos son
jamás presentados, van apareciendo y desapareciendo y, a medida que
vamos avanzando a través de la novela, los vamos identificando, pero
pocas veces de forma segura. Con este mecanismo, Gaddis manifiesta
uno de sus planteamientos: que vivimos en un mundo que es un ruido
constante e ininterrumpido, ramificado. Uno de los hechos curiosos
narrados es el de una máquina capaz de criogenizar las “esquirlas
de ruido” que evitaría la contaminación acústica. El ruido
congelado luego se arrojaría al mar, donde se descongelaría, pero
en la prueba de la máquina, congelan la 5ª sinfonía de Beethoven,
que se descongela abruptamente y le estalla en la cara a uno de los
personajes. Pues bien, parece una graciosa metáfora de la novela que
Gaddis construyó: una bomba de ruido que le estalla en la cara al
lector.
El argumento, como es de
imaginar, está directamente relacionado con la construcción de la
novela (y viceversa). No es uno más importante que el otro, la
novela no es solo “de qué va” sino también cómo está hecha.
-Joder, ¿ves, Tom, joder, ves?, joder, un tipo listo,
así evita que nadie le diga lo que tiene que hacer, ¿verdad Bast?
Escribe una cantata que no necesita argumento, problema es que todo
el mundo por todas partes quiere que le digan lo que va a ocurrir, no
necesita argumento (...)(P. 614).
Pero en el apartado “de
qué va”, podríamos decir, brevemente, que trata de la
construcción de un imperio financiero de la noche a la mañana por
parte de un niño, Jota Erre Varsant, que, a raíz de una excursión
escolar a una empresa y a la adquisición de una acción como
proyecto de clase, se obsesiona con el mundo financiero y comienza a
dar rienda suelta a su ambición a través de la compra por correo de
acciones devaluadas, cuyo movimiento comienza a alertar a grandes
grupos bursátiles. El crecimiento de su imperio de papel conlleva
toda una serie trastornos a aquéllos que de forma casi involuntaria,
se ven metidos en la vorágine capitalista de Jota Erre, en especial
a Edward Bast, un joven músico deshauciado, que se convertirá en
una marioneta de las ambiciones del niño debido en parte a su
paupérrima condición.
Y Bast, aquí, junto con
otros personajes como Jack Gibbs (autor aquí de Ágape se paga,
también publicada por Sexto Piso), sirven al autor para criticar la
situación del arte dentro de una época hipertecnificada, dentro de
la época de la repoductividad técnica, como diría Benjamin, donde
los valores estéticos y la figura del artista han dejado su lugar,
apartados por los valores del entretenimiento, de la productividad y
de la rentabilidad.
Así, no es casualidad
que una de las primeras empresas que aparezcan, se dedique a la
producción de los rollos de pianola, una de las obsesiones de
Gaddis, que es la perfecta metáfora de la marginalidad del artista,
pues con la pianola ya nadie necesita saber tocar el piano, basta con
introducir el rollo para que el piano toque solo. Disparen al
pianista.
Los pintores sólo sirven
para que sus obras puedan desgravar impuestos a los “benefactores”,
los escritores, para redactar discursos a terceros y para crear
opiniones favorables sobre ciertos asuntos turbios con libros
tendenciosos, muy bien remunerados.
El mundo interior de los
negocios, por decirlo así, también formaría parte de los
personajes, como un personaje colectivo formado por directivos
capaces de provocar guerras civiles en países de África para
conseguir saltarse restricciones legales y pagar barato por ciertos
recursos naturales, exmilitares, trepas, abogados desesperados,
secretarias aburridas y pequeños empresarios, siempre desfalcados
por las grandes pirañas.
Hemos hablado de cómo el
narrador tiende a mantenerse al margen, pero cuando aparece, es capaz
de deslumbrar:
-la cabeza de ella cayó de nuevo sobre la almohada de
él enterrada en el cuello de ella, en el pelo de ella, labios
investigando los detalles de la oreja de ella, manos moviéndose
detenidas y, detenidas, moviéndose de nuevo como si la vida se
hubiera acabado (...) (P. 744)
Toda la obra está
marcada por la inteligencia del autor, pero que no es una
inteligencia que desborde al lector, pues siempre está ejerciéndola
con humor. Gaddis no agota, entusiasma, cumple de sobra las
espectativas y el esfuerzo de su lectura no defrauda.
Próximamente, se editará
en Sexto Piso Los reconocimientos, considerada su obra más
importante.
Hernán.10/2/2014
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