Las novelas de
Chejfec, escritor argentino nacido en 1956, son unos artefactos particulares,
que más que pretender renovar el género de la novela, parecen querer alejarse
de esta, ser algo diferente. Y lo son. Pero si las etiquetamos como novelas,
hay que explicar que en ellas, la acción, la peripecia, es prácticamente
inexistente. Hace tiempo reseñé aquí Mis dos mundos. Ahora hablemos concretamente de esta.
Baroni: un viaje, es una obra que oscila
entre la crónica, el libro de viajes y el ensayo. Narra la visita del narrador
a Rafaela Baroni, una artista venezolana incatalogable, pues su
arte, a pesar de circular en museos, exposiciones y colecciones modernas, se cataloga
entre lo popular y lo religioso. Y no es curioso solamente su arte, sino el mismo
personaje de Baroni, marcada por la experiencia constante de la muerte debido a
sus ataques de catalepsia desde la infancia y a sus creencias que se mueven
entre el cristianismo y el paganismo con soltura. Estas experiencias la llevan
a representar perfomances donde simula su propia muerte cada día de los muertos
y cada vez que a ella, digamos, le apetece meterse en un ataúd. La
relación de los pequeños pueblos venezolanos con la religión y la magia dentro
de sus experiencias cotidianas nos recuerdan, a veces, a Comala, el pueblo
donde Rulfo situó su Pedro Páramo.
Los milagros y las resurreciones son tan comunes como las peleas de gallos o la
creación artística/artesanal. Pero no hay que confundir lo que hace Chejfec con
realismo mágico, nada más lejos de los parámetros estéticos del autor. Éste,
más bien, intenta captar todo el tiempo qué es lo real, aunque a veces le
resulte imposible:
Para Baroni no siempre había una
verdadera distancia entre realidad y fantasía; y yo empeñaba mi tiempo, todos
los días, en discriminar lo verdadero de lo falso, con el problema adicional de
quedarme siempre del lado de lo irresoluto (P. 97).
Pero podríamos
decir que esta incapacidad de discernir lo verdadero de lo falso forma parte de
un problema de nuestra mirada extranjera. Podríamos decir que parte de los
hechos que se narran en la novela desde una exterioridad perpleja, es lo que se
describía desde dentro con naturalidad en las obras de García Márquez o
Rulfo. Podríamos decir que es la perplejidad del cronista lo que se nos transmite.
La mirada de Chejfec sondea con una curiosidad
nunca excesiva las vidas de los habitantes de estos pequeños pueblos de Venezuela, algunas de sus particularidades, algunos de sus personajes y sus
paisajes. Pero esta mirada es siempre desprejuiciada, casi aséptica, pero nunca
del todo despegada de la subjetividad, que, no obstante, procura mantener al
margen, a diferencia de su otra novela, Mis
dos mundos, donde la mirada lo teñía todo de subjetividad, apropiándoselo. Aquí él es el cronista, un narrador testigo, no el protagonista. Esta mirada, decíamos, también es errática, pues se mueve constantemente de personajes a
paisajes, de tallas de madera a anécdotas, de descripciones a digresiones, mostrándonos
abiertamente la incapacidad para aprehender todos estos elementos extraños en
un todo completo y, por lo tanto, lo diluida que se vuelve la realidad y la
verdad.
Una de las
cuestiones que parece plantear el libro de Chejfec también es el de la etiqueta
de “arte popular”, dentro del cual se catalogaría, en principio, a Baroni,
quien rechaza de plano esta categoría y se considera una artista de pleno
derecho, sin etiquetas. Los análisis de Chejfec, por otro lado, a las obras de
Baroni, le otorgan también esta dimensión como artefactos artísticos puros:
aquí es otra vez la mirada la que realza lo que ve, emulando la función de la
crítica, que es la que confiere a un objeto su estatus artístico.
En cualquier caso, las obras de Chejfec siempre resultan difíciles de catalogar, de analizar. Lo leo y tengo la sensación de que está reinventando el punto de vista. Y tal vez lo que produzca la sensación de extrañamiento en la novela sea esa fría subjetividad, lo impasible del narrador, que nos engaña y aparentemente es distante, parcial, y que parece querer hacernos olvidar que todo lo estamos viendo a través de sus ojos.