Franzen llegó a mis oídos gracias a Fresán, quien decía que Franzen no era tanto como decían, aunque nunca antes había escuchado hablar -ni bien ni mal- de él. Luego, pasó a caerme mal por un ensayo que publicó sobre William Gaddis, a quien no puedo evitar amar después de Ágape se paga (y de quien por cierto espero que Sexto Piso traduzca, finalmente y como viene prometiendo, toda su obra al castellano; un problema aparte es la muerte de su traductor al español, Miguel Martínez-Lage) ya que criticaba el volumen de sus obras y su dificultad. Mr. Difficult llamaba Franzen a William Gaddis. Esto sirve para ubicar un poco a Franzen: su línea literaria se distancia de las poéticas posmodernas marcadas por la fragmentación, la innovación en las estructuras, los juegos metaliterarios, el desconcierto, la erudición, la entropía, el humor negro y la locura (por poner algunas características que podrían compartir, digamos, Foster-Wallace, Pynchon y Gaddis). La forma de narrar de Franzen se conecta más con los grandes de la novela del XIX en el sentido que sitúa el epicentro literario en los personajes y la historia. Podríamos decir, para entendernos, aunque sea una afirmación que se podría demostrar fácilmente errónea aunque funcional, que Franzen se centra más en el fondo que en la forma. Con esto quiero decir que se acerca más a Tolstoi, a Balzac que a Joyce o a Sterne. Pero en cualquier caso no se puede acusar a Franzen de ser literariamente pobre, aunque sí más tradicional o conservador. Franzen trae de nuevo el placer de leer una gran historia: en este caso la de la familia Berglund y sus avatares. El desarrollo de los personajes, la profundidad que adquiere cada uno de ellos, la ternura y la crueldad de las diversas historias que forman una gran historia cerrada es envolvente, es tentadora, y es más interesante aun cuando todas las historias personales que estructuran la novela muestran claramente una opinión respecto al espíritu americano, la significación de la libertad para una sociedad en ciertos aspectos tan diferente a nosotros, cómo esa libertad tan reclamada es tan peligrosa tanto para ellos como para los demás.
Poco más tengo que decir que no se haya dicho ya el las innúmeras reseñas y críticas que se están publicando en todos los medios, salvo que es la novela que, en mucho tiempo, más me ha atrapado, más me ha mantenido en vela, y menos me ha defraudado. Franzen ha sido perdonado.
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