viernes, 23 de abril de 2010

Dublinesca o a la busca del lector perfecto


Últimamente se escucha mucho a Vila-Matas hablar del papel del lector. Afirma que hay veces en las que el autor no cumple con las expectativas del lector, lo defrauda, pero también es cierto que para ciertas obras el autor "necesita" a un buen lector, un buen alumno que no le falle al maestro, por decirlo de una forma sencilla. Que sepa leer lo que le ponen.

En este caso, ¡perdóname padre porque he pecado!

No he sido el buen alumno que se espera, el dios de la literatura me castigará.

Dublinesca:

Un editor retirado, Samuel Riba, en eterno conflicto con sus padres, en una crisis matrimonial en la que participan el alcoholismo de él y el reciente giro al budismo de ella, marcado por un constante complejo de inferioridad y una tendencia (muy vila-matiana) a percibir la realidad como si de literatura se tratase, decide largarse a Dublín para celebar el Bloomsday y, además del homenaje al Ulysses de Joyce, celebrar, también, la muerte de la imprenta, el entierro de Gutemberg, ya que se da la beinvenida al mundo digital.

Como en un buen libro es de esperar, la anécdota no es lo más importante. Dublinesca está cargada de personajes misteriosos que aparecen y desaparecen constantemente, es una novela plagada de fantasmas, referencias (Joyce, Vilém Vók, Beckett y Cronemberg principalmente) que resultan un tanto desperdiciadas para un lector que desconozca a estos. Es una lectura que exige trabajo, conocimiento y que, asimismo, desprende una erudición que en este caso está más alejada de la sutileza utilizada por Borges y es más abiertamente cultista y metaliteraria.

Mis intentos por afrontar Ulysses y mi total desconocimiento de Beckett y Vók, entre otros, hace que el lector se sienta defraudado con el autor hasta que se da cuenta de que el que ha fallado ha sido él.

En cualquier caso, mi primera y ya madurada impresión, es que no es el mejor libro de EVM, es algo así como una obra menor para altos lectores, aunque tengo bastante cariño por este tipo de cosas, son libros que hacen sumergirse, preguntarse y releer.

Espero volver sobre ella, aunque me temo que mi impresión no coincida con la mayoría que tanto lo ha alabado. Yo me daré una segunda oportunidad.


jueves, 15 de abril de 2010


Esas vidas

Esas vidas surge de la muerte: el texto está basado en esta paradoja. Alfons Cervera novela la muerte de su madre, el dolor no tanto por la pérdida sino por la agonía que supone, por la tensión que crea quien ve pronto su final y adopta el silencio como forma de resistencia, la aparente apatía como oculta rebelión del que se va y no sabe adonde. Hay reflexiones sobre la muerte pero se plantean como una dialéctica de la vida, el último paso de la vida que se alarga innecesariamente, patéticamente.



“La casa huele a mierda. Ya no te mueves del sillón. Los cojines se retuercen con tu peso y son como un grumo marrón lleno de arrugas. No eres nada”.

Pero también se dejan ver ciertos elementos que se destapan como la condena por un tribunal franquista a su padre, las pequeñas historias de éste y de su hijo, anécdotas de la guerra, constantes reflexiones acerca de la muerte y de la vida, acerca de la literatura y de sus autores: se entreven las afinidades, filias y fobias: la poesía de Borges y su ceguera ante la dictadura militar argentina, la poesía rota de Celan, la constante muerte de Pizarnik, Benjamin en Port Bou, la casa de Stendhal o sus noches llenas de Ana Ajmátova.

Aunque lo interesante en Cervera, aparte de detalles nimios como que escribe sin puntos y aparte, que los capítulos son breves y “libres” o que habla de una experiencia propia desde un punto de vista honesto, nada condescendiente, es su escritura, el trabajo de su prosa: sus páginas están llenas de poesía.




“Toda escritura es una biografía. De quién. Los trazos surcan un rostro lleno de cansancio, el tiempo que reflejan sus cicatrices, esa fragilidad paradójica que mantiene en pie, con resistencia sobrehumana, un pedazo de vida en la antesala de la muerte. De quién escribimos para conocer lo que no sabíamos hasta el mismo instante en que la página se fue llenando de palabras y silencios. Buscar en los cafés extranjeros -esta noche será la última entre los grumos grises del Isère y la lluvia de Grenoble- el itinerario lleno de revueltas hacia ese final que, que aunque no siempre, será muchas veces un descubrimiento. Escribimos para saber, no para mostrar que sabemos.”