viernes, 28 de agosto de 2009
Apuntes sobre Irvine Welsh
Secretos de alcoba de los grandes chefs y Trainspotting
Primero el sujeto: Irvine Welsh nació en 1958 en Leith (Escocia) donde se desarrolla la mayor parte de estas dos novelas y, por qué no, las otras cinco que escribió. Se dedicó a arreglar TV, estudiar, drogarse, a la especulación inmobiliaria y a delinquir en general hasta que se volvió bueno y se hizo DJ de house. También escribe, claro. Ahora es un snob.
Los libros.
Trainspotting: Fue su primera novela, publicada en 1993. Desde aquí solo pudo descender. Eso y ponerse gordo. Tanto el libro como la película (que no está a la altura) adquierieron casi desde su estreno un carácter mítico, de culto.
La oralidad del lenguaje, su dureza, lo ásperas de las imágenes y sensaciones de un grupo de yonquis y su condición de marginados, además del carácter cómico de muchas partes del libro lo convierte en asqueroso, conmovedor y honesto. El abanico -que topicazo- de personajes, y esto es un punto a favor, resultan en cierta manera fácilmente rechazables, incómodos, pero aun así totalmente necesarios y en algún punto, entrañables. Es posbile que Trainspotting brille principalmente por su temática y, en segundo lugar por su estilo y no tanto por la historia o su calidad "literaria". Aun así es un referente.
Secretos de alcoba de los grandes chefs, publicada en 2006, no se aleja excesivamente de Trainspotting. El espacio narrativo sigue siendo Leith, el barrio obrero escocés de Welsh, y asoman puntos que aparecían antes: el punk, las adicciones (el alcohol en este caso) y la violencia. En otros aspectos se distancia. Los protagonistas ya no son lumpen, la narración tiene un carácter más lineal y se introduce, además, el elemento fantástico que entreverado con esa base de realismo sucio resulta en una lectura que parece agriarse. Los personajes principales, antagonistas ellos, resultan más detestables que en otras ocasiones: Tenemos por un lado a un hooligan beodo y cultureta y, en la otra esquina a un enclenque pelirrojo freaky. Ambos trabajan en sanidad y entre ellos se crea una atípica relación matón-oprimido bañada en un componente mágico que estropea y a su vez articula la novela.
Borges y yo
Extraído de El Hacedor de Jorge Luis Borges.
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
jueves, 27 de agosto de 2009
Broma post mortem de Philip K. Dick
Iba caminando por la feria del libro de ocasión buscando algún milagro, algun libro que no fuera de Góngora, Quevedo o Rosa Chacel -los tres nombres que más abundaban- cuando encontré una novela de Philip K. Dick. 5 euros, estupendo. Había oído hablar de su mente enferma, de sus enormes relatos de ciencia ficción (Ubik, El hombre en el castillo o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) que tanto "me" habían recomendado Bolaño y el omnipresente Fresán. Me costó agarrar el libro, no soy un lector de ciencia ficción, pero me decidí. Seguro que vendría algo grande. Mais...
Ir tirando es una novela de carácter realista publicada por Philip K. Dick en 1985. Mierda, algo no cuadra. Philip Dick era un escritor de ciencia ficción y, además, murió en el 82. ¡Oh! Publicación póstuma, escrita en el 57 y desenterrada. Que me jodan. La narración se centra en la relación que mantiene una pareja estadounidense que se instala en California después de la Segunda Guerra Mundial y cómo él,Roger Lindahl, al llevar a su hijo a una escuela a-tomar-por-el-culo para sacárselo de encima intenta tirarse a otra mami, que resulta ser el prototipo de histérica.
La novela se presta a una lectura fácil pero no tiene nada de interesante fuera de las escenas de sexo. Los personajes resultan un tanto planos y la historia se hace muy predecible. El libro en sí se hace prescindible. Y no quiero plantear un debate sobre qué hacer con los papeles de los muertos, mientras no me vuelvan a colar otra mierda semejante.
Una broma post mortem de Philip. Que te jodan.
miércoles, 19 de agosto de 2009
Tres
EL CALEIDOSCOPIO OBSERVADO. La pasión es geométrica. Rombos, cilindros, ángulos latidores. La pasión es geometría que cae al abismo, observada desde el fondo del abismo.
LA DESCONOCIDA OBSERVADA. Senos enrojecidos por el agua caliente. Son las seis de la mañana y la voz en off del hombre todavía dice que la acompañará al tren. No es necesario, dice ella, su cuerpo que se mueve de espaldas a la cñamara. Con gestos precisos mete su pijama en la maleta, la cierra, coge un espejo, se mira (allí el espectador tendrá una visión de su rostro: los ojos muy abiertos, aterrorizados), abre su maleta, guarda el espejo, cierra la maleta, se funde...
(Roberto Bolaño, Tres, 1981)
miércoles, 5 de agosto de 2009
2666
¿Qué decir después de 2666? ¿Qué decir cuando se es -como un, aparentemente, buen lector (aunque qué mierda es un buen lector)- arrastrado o llevado o
inducido o hipnotizado durante kilómetros y abandonado justo al borde de la sima, mirando hacia el abismo? ¿No decir nada? ¿Simplemente arrojarse? No, ya
estás ahí, cayendo y volviendo a caer.
Sinopsis de los libros
La parte de los críticos: trata de la relación que mantienen 4 críticos literarios expertos en un escritor semidesconocido, Benno Von Archimboldi, entre ellos y en relación al escritor, a quien deciden buscar.
La parte de Amalfitano: un profesor chileno de filosofía, traductor de Archimboldi, después de ser abandonado por su mujer, enajenada, termina viviendo en Sonora con su hija en medio del aburrimiento, la soledad. Es un chileno en el desierto.
La parte de Fate: un reportero -estadounidense y negro-, después de la muerte de su madre termina por casualidad cubriendo un combate de boxeo en Santa Teresa y, posteriormente, interesándose por los crímenes que allí ocurren.
La parte de los crímenes: en forma de informes forenses intercalados por otras tantas historias que se entrelazan e intermitan van pasando personajes relacionados con los asesinatos (víctimas, cuplables, acusados, judiciales, padrotes, putas, narcos, policías, videntes...). Es la parte del horror, también, pero un horror casi aplacado por la repetición, por la burocratización y el intento de crear cortinas de humo. Casi podríamos hablar de la banalización del mal, que diría Arendt.
La parte de Archimboldi: es la biografía del autor, desde sus orígenes prusianos, su paso estólido por la guerra, su formación como escritor y sus viajes.
Parece un tópico hablar de los asesinatos, de Sonora, de los feminicidios de Santa Teresa como el hilo conductor del libro, pero el problema es que no es un libro, son cinco, y los asesinatos son el argumento principal de uno de ellos. Podría ser Archimboldi, pero su figura, tanto en ausencia como en presencia, sólo encauza La Parte de los Críticos y La Parte de Archimboldi, propiamente, siendo testimonial su aparición en La parte de Amalfitano y en La Parte de Fate, donde se centra la acción más en los personajes y en la sordidez de ese alter Juárez. Se tienden puentes en algunos libros, las conexiones más o menos obvias que le dan la estructura de novela única, aunque en algunos casos esos puentes parecen no llevar a ningún lado. Se crean tensiones que no se resuelven, como las decenas de casos expuestos en el cuarto libro, el de los crímenes, y otras apenas se sugieren, se insinúan, como la inocencia de Klaus Haas o lo que le sucede a Fate -atención al comienzo del tercer libro- u otras que parecen engarzarse como el quinto libro con el primero y el cuarto, convirtiendo los libros dos y tres en unos apéndices de una fantasmagórica línea principal. Pero hay otras líneas que corren con más o menos fuerza en toda la obra. La principal parece ser la locura que se hace presente en muchos personajes (Lola, el poeta de Mondragón, trasunto de L. M. Panero, Ingeborg, Elvira Campos o el mismo Fate), la disolución de los personajes protagonistas o el horror visto desde la perspectiva de Sonora y desde la de un soldado alemán en la 2a guerra mundial. El sexo también se hace muy presente en una vertiente casi pornográfica que tiene de máxima estrella a la condesa Von Zumpe y en el trío formado por Liz Norton, Espinoza y Pelletier en menor medida. Las lecturas parecen infinitas. Los temas y los personajes también, así como las historias. El despliegue narrativo es apabullante, arrollador, así como las digresiones, metahistorias, retratos.
Necesito agua y releerla, así como intentar digerirla. Pero sigo en trance.
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