Mis dos mundos (que conocí debido a algunas reseñas de Vila-Matas y de algún otro que escapa a mi memoria, siempre frágil) no tiene una historia propiamente dicha: existe una ubicación espacial y temporal, pero está más cerca del monólogo interior, un tanto desorganizado, divergente y psicológico.
Lo que se narra es la visión y los pensamientos de un escritor en un parque de una ciudad de Brasil a la que ha asistido por un congreso literario. Los paseos y la lectura de estos, la relación del protagonista con el espacio que le rodea y cómo esta relación modifica el paisaje (o el mundo en general) es el tema de la obra. Es un ejercicio constante de descripción y de reflexión marcado por la angustia, la vergüenza, el miedo y la curiosidad.
Chejfec escruta la realidad -sea lo que sea eso-, la identidad, el tiempo, la memoria y, hablando en general, los procesos de percepción de la mente. Resulta curioso como un discurso tan introspectivo resulta más realista, más identificable en las descripciones que en una novela realista al uso ya que la descripción no se realiza desde el exterior -o un pretendido exterior, una supuesta mirada aséptica- sino que parecen extraídas desde el mismo centro de la mente, de las sensaciones una vez asimiladas.
Los dos mundos parecen no ser tales, sino uno mismo, o como él dice: un ejemplo total de convivencia, de tendencia adaptativa y de falta absoluta de contrastes.
Más y mejor.