La novela Luminosa es un artefacto extraño: tiene 4 partes (Prefacio histórico, Prólogo: diario de la beca, La novela luminosa y Epílogo del diario) de las cuales el prólogo es la más extensa sin ser, ¡vaya!, una edición de Cátedra.
Aviso: los que salten el prólogo y quieran ir directamente a la novela se saltarán 455 páginas según la edición de Mondadori.
Este prólogo no tiene una función concreta: es un diario donde Levrero plasma sus obsesiones, sus peleas diarias, sus achaques, sus amores, sus locuras (todo muy poco romántico, a pesar de cómo suene, es un diario de camiseta vieja y chanclas) y, en cierta forma, introduce la posterior novela -posterior por orden, cronológicamente es anterior-. El diario viene a ser un tipo de justificación por la beca Guggenheim que recibió el autor para que pudiera trabajar tranquilamente. Así, se planteó retomar La Novela Luminosa que había comenzado miles de años atrás y que jamás terminaría. Los temas recurresntes son: las palomas desde su ventana, el PC y sus programas/pornografía/monitor, Chl (la mujer a la que paga las fantas) y sus problemas de salud/hipocondría que dan lugar a otra serie de curiosidades como que se fabrique su propio yogur, que lo visite constantemente su médico-ex-mujer, etc.
La Novela Luminosa, una vez resuelto el tema de las cuatrocientas y pico de páginas que a ratos divierten y a ratos enferman (o esa es mi experiencia como lector: risa o enfermedad) se rescata el texto principal donde parece asomar la cabeza el mejor Levrero quien tal vez estaba menos jodido y más místico, o más joven y más alucinado. Eso sí, no se equivoquen: es un escritor pobre, de barba y hedor, no es Sai Baba, y por eso tiene momentos hermosos, porque es consciente de quién es y lo plasma constantemente y así también hace presente el acto de escritura y su imposibilidad (relativa) que lleva a esta novela sin fin.