sábado, 29 de octubre de 2011

Libertad de Franzen

Otro más. Soy otro más de los que ha leído a Franzen, pero escasos lectores, no se preocupen, porque no diré La gran novela Americana. I promise.

Franzen llegó a mis oídos gracias a Fresán, quien decía que Franzen no era tanto como decían, aunque nunca antes había escuchado hablar -ni bien ni mal- de él. Luego, pasó a caerme mal por un ensayo que publicó sobre William Gaddis, a quien no puedo evitar amar después de Ágape se paga (y de quien por cierto espero que Sexto Piso traduzca, finalmente y como viene prometiendo, toda su obra al castellano; un problema aparte es la muerte de su traductor al español, Miguel Martínez-Lage) ya que criticaba el volumen de sus obras y su dificultad. Mr. Difficult llamaba Franzen a William Gaddis. Esto sirve para ubicar un poco a Franzen: su línea literaria se distancia de las poéticas posmodernas marcadas por la fragmentación, la innovación en las estructuras, los juegos metaliterarios, el desconcierto, la erudición, la entropía, el humor negro y la locura (por poner algunas características que podrían compartir, digamos, Foster-Wallace, Pynchon y Gaddis). La forma de narrar de Franzen se conecta más con los grandes de la novela del XIX en el sentido que sitúa el epicentro literario en los personajes y la historia. Podríamos decir, para entendernos, aunque sea una afirmación que se podría demostrar fácilmente errónea aunque funcional, que Franzen se centra más en el fondo que en la forma. Con esto quiero decir que se acerca más a Tolstoi, a Balzac que a Joyce o a Sterne. Pero en cualquier caso no se puede acusar a Franzen de ser literariamente pobre, aunque sí más tradicional o conservador. Franzen trae de nuevo el placer de leer una gran historia: en este caso la de la familia Berglund y sus avatares. El desarrollo de los personajes, la profundidad que adquiere cada uno de ellos, la ternura y la crueldad de las diversas historias que forman una gran historia cerrada es envolvente, es tentadora, y es más interesante aun cuando todas las historias personales que estructuran la novela muestran claramente una opinión respecto al espíritu americano, la significación de la libertad para una sociedad en ciertos aspectos tan diferente a nosotros, cómo esa libertad tan reclamada es tan peligrosa tanto para ellos como para los demás.

Poco más tengo que decir que no se haya dicho ya el las innúmeras reseñas y críticas que se están publicando en todos los medios, salvo que es la novela que, en mucho tiempo, más me ha atrapado, más me ha mantenido en vela, y menos me ha defraudado. Franzen ha sido perdonado.

jueves, 13 de octubre de 2011

La conquista de América

Fragmento de La conquista de América, el problema del otro, de Tzvetan Todorov:


Y ahora un relato de Las Casas, que [...] refiere un hecho del que no sólo fue testigo, sino participante: la matanza de Caonao, en Cuba, perpetrada por la tropa de Narváez, a la que está adscrito en calidad de capellán. El episodio empieza con una circunstancia fortuita: "El día que los españoles llegaron al pueblo, en la mañana paráronse a almorzar en un arroyo seco, aunque algunos charquillos tenía el agua, el cual estaba lleno de piedras amoladeras, y antojóseles a todos afilar en ellas sus espadas" (III, 29).
Al llegar a la aldea después del almuerzo campestre, a los españoles se les ocurre una nueva idea: comprobar su las espadas están tan afiladas como parece. "Súbitamente sacó un español su espada, en quien se creyó que le revistió el diablo, y luego todos cuento sus espadas, y comienzan a desbarrigar y acuchillar y matar de aquellas ovejas y corderos, hombres y mujeres, niños y viejos, que estaban sentados, descuidados, mirando las yeguas y los españoles, pasmados, y dentro de dos credos no queda hombre vivo de todos cuantos allí estaban. Entran en la gran casa, que junto estaba, porque a la puerta della esto pasaba, y comienzan lo mismo a matar a cuchilladas y estocadas cuantos allí hallaron, que iba el arroyo de la sangre como si hobieran muerto muchas vacas".
Las Casas no encuentra ninguna explicación para estos hechos, a no ser el deseo de comprobar que las espadas estaban bien afiladas. "Ver las heridas que muchos tenían de los muertos, y otros que aíun no habían expirado, fue una cosa de grima y espanto, que como el diablo, que los guiaba, les deparó aquellas piedras de amolar, en que afilaron las espadas aquel día de mañana en el arroyo donde almorzaron, dondequiera que daban el golpe, en aquellos cuerpos desnudos, en cueros y delicados, abrían por medio todo el hombre de una cuchillada." (pp. 150-151)