viernes, 15 de julio de 2011

In memoriam, Roberto Bolaño (28/04/1953-15/07/2003).

 
 -Me llamo Benno von Archimboldi.
El viejo entonces lo miró a los ojos y le dijo que no se pasara de listo, que cuál era su nombre verdadero.
   -Mi nombre es Benno von Archimboldi, señor -dijo Reiter-, y si usted cree que estoy bromeando lo mejor será que me vaya.
   Durante unos instantes ambos permanecieron en silencio. Los ojos del viejo eran de color marrón oscuro, aunque bajo  la débil luz de su estudio semejaban ser de color negro. Los ojos de Archimboldi eran azules y al viejo le parecieron los ojos de un joven poeta, unos ojos cansados, maltratados, enrojecidos, pero jóvenes y, en cierto sentido, puros, aunque el viejo hacía mucho que había dejado de creer en la pureza.
   -Este país -le dijo a Reiter, que aquella tarde se convirtió, tal vez, en Archimboldi- ha intentado arrojar al abismo a varios países en nombre de la pureza y de la voluntad. Para mí, como usted comprenderá, la pureza y la voluntad son puro mariconeo. Gracias a la pureza y a la voluntad nos hemos convertido todos, entiéndalo bien, todos, todos, en un país de cobardes y de matones, que al fin y al cabo, son lo mismo. Ahora lloramos y nos afligimos y decimos ¡no lo sabíamos!, ¡lo ignorábamos!, ¡fueron los nazis!, ¡nosotros hubiéramos actuado de otra manera! Sabemos gemir. Sabemos provocar lástima y pena. No nos importa que se burlen de nosotros, mientras nos compadezcan y nos perdonen. Ya habrá tiempo para que inauguremos un largo puente de amnesia. ¿Comprende usted lo que quiero decir?
   -Lo comprendo -dijo Archimboldi.
   -Yo fui escritor -dijo el viejo.

   -Pero lo dejé. Esta máquina de escribir me la regaló mi padre. Un padre cariñoso y culto que llegó a vivir hasta los noventaitrés años de edad. Un hombre básicamente bueno. Un hombre que creía, de más está decirlo, en el progreso. Pobre mi padre. Creía en el progreso y por supuesto creía en la bondad intrínseca del ser humano. Yo también creo en la bondad intrínseca del ser humano, pero eso no significa nada. Un asesino, en el fondo, es bueno. Los alemanes eso lo sabemos bien. ¿Y qué? Puedo pasar una noche bebiendo con un asesino y tal vez, al contemplar ambos la aurora, nos pongamos a cantar o a tararear una pieza de Beethoven. ¿Y qué? Puede el asesino llorar en mi hombro. Normal. Ser asesino no es fácil. Eso lo sabemos bien usted y yo. No es nada fácil. Exige pureza y voluntad, voluntad y pureza. La pureza del cristal y una voluntad de hierro. E incluso puedo yo ponerme a llorar en el hombro del asesino y susurrarle palabras dulces como "hermano", "camarada", "compañero de infortunios". En ese momento el asesino es bueno, puesto que es intrínsecamente bueno, y yo soy un idiota, puesto que soy intrínsecamente un idiota, y ambos somos sentimentales, puesto que nuestra cultura tiende irrefrenablemente a la sentimentalidad. Pero cuando la obra se acaba y yo estoy solo, el asesino abrirá la ventana de mi cuarto y entrará con sus pasitos de enfermero y me degollará hasta que no quede ni una gota de mi sangre.

Fragmento de "La parte de Archimboldi", en 2666. Roberto Bolaño.

jueves, 14 de julio de 2011

Muchacha ojos de papel


Luis Alberto Spinetta


Muchacha ojos de papel


Muchacha ojos de papel, ¿a dónde vas?
Quédate hasta el alba.
Muchacha pequeños pies, no corras más.
Quédate hasta el alba.
Sueña un sueño despacito, entre mi manos,
hasta que por la ventana suba el sol.
Muchacha piel de rayón, no corras más,
tu tiempo es hoy...
Y no hables más, muchacha, corazón de tiza,
cuando todo duerma te robaré un color. (bis)

Muchacha voz de gorrión, ¿a dónde vas?
Quédate hasta el día.
Muchacha pechos de miel, no corras más.
Quédate hasta el día.
Duerme un poco y yo, entre tanto, construiré
un castillo con tu vientre
hasta que el sol, muchacha, te haga reír,
hasta llorar, hasta llorar.

Y no hables más, muchacha corazón de tiza,
cuando todo duerma te robaré un color. (bis).